No quiero conocer a más nadie.
Con los que hay es suficiente. Me quedo con mis cuatro gatos. El torbellino de
multitudes sordas, malhabladas o abultadas, no me simpatiza. Ya ni me acuerdo
de los nombres escuchados cuando me dan la mano. No les presto atención.
Caminando por el metro, a veces siento tremendo placer al sentirme tan
desconocido, tan apabulladoramente ignorado. Cuando de repente, escucho a
alguien gritar mi nombre, ruego, por favorcito del alma, que venga solo y no
salga con “mira, Jovitus, este es un amigo”. Ya llegué al límite. Ya mi espacio
para conocidos se asemeja a una vieja y recordada fiesta repleta, en la que
cuando alguien entraba, otro era empujado por la ventana. La diferencia es que
la fiesta era un bonche… ¡No me presenten más gente!
Ahora no se pueden tener tantos amigos, las salas de las funerias son cada vez mas pequeñas... jejeje
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