Quiero quitarme la
violencia. Quiero eliminarla de mí. Quiero arrancar esa espina dorsal tan
citadina, tan eléctrica que me hace reaccionar tan violentamente como fui
provocado. Quiero quitar ese guión preconcebido con el que crecí, y según el
cual debo defenderme y quedar sin manchas, sin afrenta pendiente. Ese mismo
guión que también creció entre multitudes y convirtió a la guerra en su trofeo.
Quisiera poder, al intentar ser ofendido, dar un paso atrás y sacar una
escopeta cargada de condescendencia, con segundos de holgura, de la decisión
implícita de escuchar y ser escuchado. Quiero dejar de hacer apología al poder
del insulto, del golpe, de la bomba, para hablar en otros términos, con
palabras que deslicen la ofensa al albañal sin hacer ruido, sin ser notada. Quisiera
intentar llegar a la paz sin usar mucho el perdón de algún agravio previo, sino
de modo profiláctico, saludable, aséptico. Quisiera, pues, cambiar los ángulos
por las curvas, el silencio por melodía, paz sin guerra.
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