Seré
el varón domado. Domado con el látigo y la silla. Domado con sangre y lágrimas,
quedándose el domador con el sudor. Domado, después de rugir y rugir. Doblegado
por piel y aromas, dejando aparte la fuerza bruta y ajustando el instinto al
celo del mes, al calor que gobierna en esta dictadura edulcorada por la que
voté y apoyaré desde la guerrilla consecuente. Quiero mi presa, mi pedazo cálido de carne; quiero mi bocado tibio, con el que extorsionaron y por el que estoy
pagando bien caro; bastante placentero, por cierto… pero bien caro.
Espero que te guste el contenido. Para sugerencias, objeciones, protestas o propuestas, escribe a "leonardo.rothe@gmail.com"
martes, 28 de febrero de 2012
Oiga, Doñita
Doñita, quisiera darle el
puesto, pero prefiero no hacerlo. Me duele la espalda, el cuello y tengo los
pies desechos. Yo sé que Ud. está en la edad para ser atendida, pero por este
lado, hoy no. Antes de hacerme el dormido, el tonto o quedármele mirando raro,
prefiero confesarle mi intención de quedarme sentado enfrente de su bamboleo no
muy honesto, y desafiando las ya conocidas inercias del tren, entre estas damas
que parecen menos caballeros que yo.
Como bestia
Pasaste
por la vida como una bestia irrespetuosa hacia el prójimo, hacia ti
mismo. Fuiste una bala rasante que hirió por omisión y dejó morir
retazos de su entorno. Pasaste circunspecto por entre manos ávidas
de atención y no volteaste, dejando fenecer, incluso, tu posibilidad
de salvación. Pasaste sin la reverencia mínima, sin gramo alguno de
humildad, pisando hombros, impidiendo defensas. Nunca hubo nosotros
para tí; sólo tú y tu espejo mentiroso, que te contaba cuentos
increíbles y que acogiste con la fuerza de la carencia. Decías
que no te importaba, pero después de mucho verte, seguirte y caer en
cuenta de tu soledad, supe que eras un animal pleno de tristeza,
rebosante de vacío revuelto, enceguecedor. Para concluir, y
rescatando los escombros de mi admiración fugaz hacia tí, te
concedo el mismo respeto que no tuviste a bien prodigarnos a
nosotros. Te perdono.
Déjate llevar...
Llorar hasta llegar al
equilibrio. Reír hasta alcanzar el equilibrio. Movimientos
telúricos, crisis, hasta llegar al equilibrio. Reflexión hasta
divisar el equilibrio. Logros para llegar al equilibrio. La paz es el
equilibrio, y la sonrisa ingenua, su delator.
lunes, 27 de febrero de 2012
Usurpadores de felicidad
Usurpadores de la felicidad. Inventores
de etiquetas que mutilan posibilidades. Ostentosos disfraces que tratan de
asemejarse al estado de ánimo original, tan perseguido como desconocido. La
ignorancia compra metrajes de camino tranquilo, sin dirección, sin sentido. La
risa burlona suicida pasa a mi lado y me da una zancadilla. Pero no caigo.
Tengo un tesoro en una mochila sucia por el polvo del camino. Tengo unas
cuentas casi invisibles en mis bolsillos, en mis alforjas, en mis amaneceres.
Tengo tesoros, que lejos de pesar aligeran el caminar. De haber probado ambos
platos, creo que prefiero mi felicidad clandestina, descatalogada, desterrada
por el miedo.
Lamento
Razón de ayer que no me sirve hoy. Ni siquiera han pasado años. El
cuerpo llora. La cama se torna fría. Racionalidad dañina; acomodaticia a veces,
inexplicables otras. Una mano menos que se extiende, una ventana más que se
cierra. Todavía suenan golpes a la puerta, aunque ya no tan sonoros. Berrinches
que apuñalan, que no ven el camino. Cobija áspera hoy. Silencios avergonzados.
Frescura ajena, aunque propia la descomposición.
domingo, 26 de febrero de 2012
El orgullo de vivir
Es una mirada perdida,
que de alguna manera aterriza en algo que vale la pena. Es el llanto triste en
apariencia, en celebración inadvertida de algo superior que había pasado por
debajo de la mesa… al menos por ahora. Es la fidelidad a algo incomprensible
que sólo manda en nuestros corazones. Es una fuerza a favor que sonríe desde la
sombra ligera, detrás de los arbustos cercanos. Es la verdad que duele, pero
que alivia el dolor hasta hacerlo retroceder. Es el hilo que se estira, que
promete romperse, pero que al final sólo se queda estirado y el susto pasa de nuevo,
iluminando un nuevo logro. Es el disfrute, el orgullo final de estar realmente
vivos.
sábado, 25 de febrero de 2012
Ego sin propaganda
¿Cómo serías, mi hermano,
si no contaras con el don de la palabra para expresarte? ¿Cómo serías, si toda
esa carga de bondad que das no pudiera ser exteriorizada sino por gestos, por
acciones concretas? ¿Cómo sería todo si ninguna extraña palabrería, si truco
alguno fuese tu contacto con el nosotros? ¿Cómo podríamos apreciar todo lo
bueno que nos ofreces sólo viendo lo que haces? ¿Cómo sería ver, al fin, la
manifestación de la bondad exclusivamente por medio de acciones, en lugar de
tanta basura hablada que enrarece el mensaje? ¿Será, mi estimado compañero, que existe el buen ejemplo
sin propaganda para el ego?
Trampa silenciosa
Un disparo de un arma
mortal, un empujón al precipicio, la humillación cara a cara. No hay duda,
destructivos todos; inmediatos los escombros y la decisión que sobreviene.
Distintos a estos cataclismos, sobrevienen otros de silente presencia, de
corrosiva tarea. Gramos de abandono, pizcas de indiferencia, migajas de
sinsabores. Como termitas en la madera, como la humedad en las paredes, como
lenta enfermedad se van minando las patas de la mesa, de la cama, de los días.
Trampas de tiempo. Trampas camufladas en el caminar cotidiano. Nudo del zapato
que se afloja y no mata… por ahora. Sonrisas forzadas cada vez. Caricias sin
fuerza, palabras vestida de inercia, presencias casi transparentes. Ergo,
disparos de lentitud insospechada que entra en la piel, en el alma, en la
mirada y apaga la existencia a pasos que no suenan, que no avisan a tiempo;
empujones en traje de caricias y nada menos que una nueva humillación a las
buenas intenciones.
Me siento bien
Me siento bien. Me siento
muy bien. Me siento requetebién. Hoy es un buen día. Encontré seguridad en la
rutina; en la soledad encontré inspiración. Al buscar una mano cerca de la mía,
una me tomó con tibieza. Al inventar, acerté; al omitir, también. Sólo recogí
las gotas de lluvia que necesitaba para sentirme presente, y los pareceres para
crecer. Definitivamente, no hay lamento posible; sólo la incertidumbre de
pensar en que la escasez de estos días, de éstos, como hoy, me ayuda a apreciar
un poco más lo que mi mente sonámbula trata de acaparar en mis transcursos.
Cuando te calles
Después de que termines tu
berrinche, te beso. Después que se te acaben las palabras para tus ideas
torcidas adrede, te voy a empujar con mis mejillas hasta la pared y el aire que
te quede te abandonará con gusto. Luego de quedarte callada, deberás idear algo
inmediatamente antes de que me acerque y palidezcas ante mis ojos guiñados. Al
terminar tu disertación mal concebida, sabrás cómo se pronuncia un gemido.
Cuando el oxígeno te falte, yo seré lo más parecido a un vaso de agua que
puedas encontrar. No se si grito, no sé si reflexión o brillanteces, pero se te
acabarán y será mi turno. Mientras tanto, seguiré mirándote por encima de mis
lentes, seguiré sonriendo para desconcentrarte y pierdas esa idea atrevida de
venir con eso. Mientras, tu discurso se irá debilitando y tu aliento cansado
optará por el mío, tus gesticulaciones esperarán descansar en mis brazos y toda
esa patraña que has inventado se desvanecerá entre el poco aire que quede entre
ambos.
viernes, 24 de febrero de 2012
Dos o más
Fue un buen grupo. Fue en un momento,
fuimos exactamente nosotros quienes la pasamos de los mejor. (Pero)
fue en un momento, fue pasado. No parecía posible que tantos
protagonistas formaran el elenco. Muchas estrellas se alinearon para
que se diera de esa manera. Y terminó el capítulo. Cada uno debió
tomar por diferentes caminos, como suele pasar... como es necesario.
Y como suele pasar, me aferré al pasado, comparándolo con cada
nueva oportunidad de alineación de estrellas. Idealicé el momento y
se tornó invencible creador de frustraciones. Nada era igual, por
supuesto; nada se parecía. Pero nada debía parecerse porque pierde
la gracia, en retrospectiva. Comencé, después de caer una y otra
vez por obra de mis costosas payasadas, que habían nuevos colores,
nuevas estrellas, nuevas alineaciones posibles que me estaba
perdiendo por esta actitud autodestructiva. Ya me levanté, ya me
froté los ojos, ya me estiré; ahora disculpen, que debo salir a
disfrutar de nuevo antes de que se me termine de olvidar.
jueves, 23 de febrero de 2012
Hurga en tus rendijas
Hay tiempo en las
rendijas. Hay momentos escondidos en las grietas desechables de cada día. Hay
suspiros sin nacer que mueren cada minuto, sin cesar, sin aviso y sin protesto.
Hay manos ociosas que no acarician y ojos que no miran; oídos que no se alimentan
de te quieros y labios que no besan. Terrible desperdicio que hace de la falta
de tiempo la coartada perfecta para comenzar a morir al ritmo de un gotero.
Tamaño pecado no catalogado, durante el cual cada grano de arena produce un
ruido ensordecedor al caer, cual si fuese un grito, un reclamo que nos negamos
a escuchar atentamente en el intento de pensar que no existe. En este paseo en
el que no se camina, en el que no se sale, sigo pretendiendo oxigenarme, sigo imaginando
al sol sobre mi cabeza.
Angustia... de nuevo tú
Angustia, preludio de la tragedia. Angustia , multiplicador atrevido de un
futuro que no existe, que sólo se presume. Pero no apareces por casualidad,
Angustia, no. Apareces con premeditación y alevosía, con una manzana en una
mano y una fecha de expiración en la otra. Dejas probar una pizca de dulce y sales, un
poco más adelante, un poco más lejos, con tu sentencia borrosa por ahora. Dejas
que la sonrisa estire los labios y te levantas de tus posaderas. Dejas que el
brillo nazca en los ojos, y sales de tu guarida, Angustia. Eres vecina ya
conocida; eres “amiga” de la casa, de mi cabeza, de mis ilusiones, de mis
sueños. Amiga porque no te alejas, como se pudieran presumir los amigos. Amiga
porque hasta conozco el sonido de tus pasos, los que generalmente comienzan a
sonar luego de las campanas, de los aplausos, después de que la audiencia se
pone de pié. Por ahora, tu presencia no se hace extraña; más bien, sé cada paso
que darás en el desmembramiento de mi novísima alegría, de su triste subasta a
la burla, de su ligera oferta a la
nada. Por ahora, me voy colocando más cerca del piso,
arrodillándome y colocando el rostro, lentamente, contra el cemento frío, para
evitar la ya consabida caída, mientras noto que se hace más pesado mi andar.
miércoles, 22 de febrero de 2012
"Y no se parece a tí... tra la la"
Escuché de un elefante de
toneladas amarrado por una pequeña cadena. Escuché que cuando pequeño haló
tanto la cadena, que decidió ya no intentar más… y lo cumplió. Ahora, se ve un
gran cuerpo, balanceándose de un lado a otro, dando pasos recortados, y a pesar
de su capacidad descomunal, atado a una inocua cadena, y a un impedimento de
espíritu, ahora se ve algo que tiene explicación de sobra para quien conoce la
historia; ahora se ve algo fácil de juzgar a simple vista, fácil de catalogar
como una locura, elemental para cualquier transeúnte de mirada seudo
intelectual. Historia ajena. Cuento de otro. ¿Cuál es el próximo paso,
entonces, distinto de uno a la derecha, uno a la izquierda y atrás?
Posiblemente, para nuestro desafortunado amigo, sea uno de esos tres. Una
mirada condescendiente es su respuesta a mi propuesta de echarle un jalón a
eso, e imagino muchas cosas que puede significar esa mirada. Como transeúnte
autorizado, según yo, ejerzo mi mejor intención. Es mi deber. Pero después de
conversar, de mirar, de tratar de colocarme en sus zapatos, no sé si sólo soy
un fastidio, alguien que rompe equilibrios, un vándalo invasor de entornos que
siempre fueron. Tal vez deba examinar el propio crecimiento; tal vez tenga yo
alguna cadenita agarrándome por algún lado y sólo puedo apreciar la ajena… ya
vengo.
Sabor espeluznante
Un
sabor espeluznante en los labios. Sin tocarte, sin acercarme. Destapas mi
tremendamente logrado escudo contra las vulnerabilidades. ¿Vieja costumbre
tuya? No lo sé. No sirve de nada saberlo. No suma. Pero hay reclamo, hay
distancia. Tampoco sirve de mucho saber si es voluntaria o no. La selección es
indudable: estoy fuera. Debo pensar que no hay tragedia porque no la hay. No la hay. Hay
recuerdos con cuerpo y semejantes ojos; pero tragedia no. Si no mirarte es un
requisito, lo asumiré con cierta reticencia. Si debo respetar el campo a tu
derredor, no hay problema. Pero en la clandestinidad, en la oscuridad, por el
medio electrónico posible seré tu fiel admirador, tu pretendiente fantasmal, tu
amante de papel. Te haré caricias con frases, te miraré como me dé la gana
desde mi soledad privada; te haré el amor y sentiré tu aroma desde este teclado
de mierda. Pero lo haré. Lo haré porque me da la gana y no estarás para
impedírmelo. No te pido permiso para ello; seré un ladrón que, en su travesura
catalogada de peligrosa por los sesudos de relaciones, de sociedades, hará
estragos como un niño al encontrar el juguete soñado.
Si le gusta, mejor. Ha de ser “bueno”. Si no, la
verdad es que no me importa… no mucho.
Los ojos de mi amigo
Los ojos de mi amigo.
Aunque no me miran, se puede apreciar la honestidad que despide, la confianza
que regalan. Los párpados a media asta completan la sonrisa que se derrama por
todo el rostro. No hay engaño. No hay retruque. Magia que lee pensamientos y
los responde sin solicitud previa. Nada nuevo. Nada de sorpresas a estas
alturas. Tal vez sea eso lo que hace que haya placer y necesidad de su
compañía. Tal vez es lo inofensivo que resulta, lo que produce seguridad y
cobijo. Unos tragos, una conversa, el mismo apretón de manos y el mismo epíteto
retorcido de despedida…
Presencia fantasmal
Una
mirara perdida atraviesa los artefactos, todas las paredes enfrente de mí y
llega a ti. Mi mano cae disimuladamente de mi escritorio y cae, dondequiera que
estés, en tu mano que se enfría lentamente. Mi aliento escapa en una exhalación
y mueve tu pelo que yace en tus hombros desnudos, allá, donde andes ahora. Tu
aroma aparece como un fantasmita diminuto, haciéndome una mueca traviesa. Pero
no estás. Estás en no sé dónde, en no me interesa dónde por hoy… sólo por hoy,
sólo por estos momentos en los que me sirve más tu ausencia, en la que, lo que
recuerdo ti es más poderoso que tu presencia.
martes, 21 de febrero de 2012
Un mejor instante
Metí la pata hasta donde más no se puede. La sensación de
devastación creó una neblina que ciega cualquier posibilidad de ver los
escombros, los restos de algo que existió intacto, brillante, inmaculado. No
pude ver lo que se avecinaba, e ingenuo como un conejo, dejé deslizar la
calamidad hasta mi lado. Entonces, ésta explotó y dejó trozos de ilusiones
alrededor, creencias fracturadas, fragmentos de momentos irrepetibles ya. Tal
vez no quiera abrir los ojos todavía… no ahora. Esperaré el tiempo de las
cosas, el lapso establecido para ver hacia delante para dar el primer paso en
la dirección que, a duras penas, y siguiendo el dictamen dubitativo del miedo y
mi propia miopía, me lleve a un mejor instante.
Muerte opaca
Muerte opaca. Muerte sin luz.
Yazgo en este sitio, solo, recogiendo amarga cosecha. Nadie se anima a recoger
el último cuento con mi nombre al dorso. No se me ocurre, por insólito que
parezca, encontrar un último modo de atraer la atención. No
encuentro cómo llenar el escenario de mi último discurso, ensayado ya desde que
fui apresado por la
mecedora. El llanto de berrinche no atrae a nadie. No hay
ruido que pueda ya hacer que abra la puerta y deje entrar a alguien que me tome
la mano, que permanezca de rodillas, pendiente de mis últimos votos. La muerte
triste, la despedida según el formato establecido no es posible sin audiencia,
sin nadie que aplauda, que cierre los ojos entre lágrimas. Lo miserable que me
siento en mis intermitentes momentos de honestidad no me permite hacer mi
teatro completo, mi obra maestra, mi última manipulación. Qué vaina, no nadé y
sin embargo, ahora muero en la orilla; algo, si se quiere, injusto con muchos,
pero ni siquiera ahora asumiré tal vergüenza. Total, mientras veos estas
sombras negras levantándome, comienzo a disparar quejas, a pedir auxilio, a
tratar de dilatar el momento para que llegue alguna modesta multitud y me
declare su amor.
Ternura implacable
Condescendencia incisiva. Dictadura de pieles y cabellos. Miradas anárquicas
que no dan oportunidad a un desplante… porque no les da la gana. La sonrisa sorda a
reclamos, más parecidas a miradas perdidas buscando lo suyo, lo ganado, lo
intransferible. Las preguntas inquisitivas malignas se quedaron afuera, detrás
de la pared que nos protege a como dé lugar. Recitaré, declamaré, te regalaré
una serenata. Vine a buscarte y te llevaré adonde sé que te gusta; sin
pataleos, sin reclamos, porque no hay lugar para tal desatino. Te tomaré de una
mano, y te llevaré en mis brazos como columpio, a un sitio donde tus ojos y tus
labios, por fin, susurren lo mismo.
El que sueña
El que
sueña arropa la realidad con la ilusión, y por eso la realidad se le
hace corta y la supera. El que sueña no presta atención a los noes, a los
cuídate mucho, a los deja eso así. El que sueña tiene la capacidad del sí, del
paso para adelante, del optimismo loco de ir siempre hacia adelante. El que
sueña caerá, fuerzas superiores lo asisten. Para todos es un soñador, un loco, y hasta un mentiroso; pero
él sabe que de esa ilusión saldrá el plan que tiene desde hace años y que
ejecutará al pié de la letra, con enfermiza disciplina. Con empeño y algo de
suerte, el que sueña pasará de ser un soñador en un triunfador; de ser un loco
a ser un visionario; y de ser un mentiroso, a ser el dueño temporal, pero
definitivo, de la verdad de verdad.
lunes, 20 de febrero de 2012
Buenos y malos, claro
Qué fastidio. Ya no hay
buenos y malos solamente. Los híbridos han venido a jorobarme la tranquilidad. Antes
solía ser de los buenos, pero ahora escucho cosas. La primera piedra, la bestia
que salva y demás figuras que revuelven mi claroscuro hasta ahora tan arregladito,
entalcadito, perfumadito. Ahora resulta que no sólo los malos no son los que
tienen esto vuelto un desastre, sino que hay algún tipo de bueno sin cabeza que
nos hunde igual o a mayor velocidad. Ahora resulta que hay malos que no
eligieron ser malos, y por un cuento de éstos que no entiendo, igual joden a
todos con la sonrisa enfermiza en el rostro. Ahora resulta que hay matices en
la moralidad, al menos puertas adentro. Descubro boquiabierto que todo eso se
mezcla en un envase que lo aguanta todo llamado hipocresía y del que todos tenemos
un ejemplar en el bolsillo, en la casa, en el corazón. Pero no importa, me
esconderé un rato para ver todo desde aquí y saber cómo es que se maneja esta
novedosa herramienta, porque déjeme decirle, a muchos les va muy bien ...según se
rumora.
Desapareció en el Space
De una vez dejó de escribir en Facebook.
Nunca más se vio con “Leídos” en el Outlook. Nadie más supo de su buzón en MSN.
Las fotos en las que aparecía sonriendo, gozando en grupo, mirando los
farallones cuando de viaje, adoptaron un extraño matiz gris que nadie se
explica. Siempre sale alguien y pregunta por él, siempre alguien lo recuerda,
pero nunca hay respuestas a la pregunta. De vez en cuando le “doy un toque”, le
escribo una letanía recordando viejos tiempos, le envío un zumbido por
Messenger, pero lo más que he podido lograr es una brisa que silba su nombre,
una sombra en el espejo. Más tarde, muchos días después, alguien reportaría la
entrega de un papel amarillo muy sucio, contando una historia toda de un pasado
en remoción, con su firma temblorosa al pié… una carita feliz sin boca.
No te di ganas
Te di un manual y te
guié, pero no lo logré. Te di orientación cada día, pero no pude obtener el
resultado que quise, que seguro necesitabas. Te di ejemplos, proyecciones, argumentos,
pero no llegaste a mirar para el cielo, como maquinando... sólo mirabas al piso,
y de vez en cuando -muy fugazmente- a mis ojos, por educación. Te di todo lo que yo no tuve, y no lo notaste.
A veces me parecía que esa parálisis era hija de la ingratitud que no me
explico cómo llegó a tu vida. Un buen día pude ver que tuviste un poco de
ganas, y me fijé; por añadidura aparecieron más ganas, y no importó todo el acartonamiento de mis
palabras inútiles y empecinadas del pasado… saliste y triunfaste cuando te dio la gana. ¡Salud!
domingo, 19 de febrero de 2012
Al revés no es menos
Al parecer, solucionar
un problema no se logra invirtiendo las condiciones –un ejemplo claro puede ser
el racismo-. La mala energía acumulada producida por el sufrimiento
indiscutible, por el abuso constante y sin descanso, sin embargo, no es el
mejor consejero. Es terriblemente tentador salir corriendo y linchar personas,
ideas, posturas, después de sufrir un rato. Lo más normal, dentro de lo
mejorcito, sería una depresión con el arma humeante en las manos manchadas de
sangre. En esa aritmética espantosa de tú me haces, yo te hago y ahora estamos
en paz, partiremos de un cero muy discutible, con la conciencia sucia y el
morbo satisfecho, a tratar de comprender qué justicia debimos asumir, a
intentar, infructuosamente, de justificar el crimen recién cometido. Todavía en
el mejorcitos de los casos, comprendemos que pusimos la torta, que no debimos disparar
a pesar de todo lo que sufrimos, y finalmente caemos en cuenta de que no somos
mejores que nuestro antiguo verdugo. El mejorcito de los casos, entonces, nos
garantiza la conciencia de nuestras responsabilidades, pero no la paz que tanto
necesitábamos al inicio de la historia, cuando recibíamos latigazos.
No seas balurdo
No seas balurdo. No seas
vulgar. Mira que hasta para torcer la moral también se necesita algo de
prestancia. No se trata de gritar tus logros amorfos por las calles, desde
cualquier tarima. El asunto no es restregar en la cara del que puede ser tu
aprehensor… ¿No logras ver lo estúpido que luces? Tu mente excesivamente joven
te imagina como el redentor primigenio de lo que en realidad es cuento viejo y
vencido. Bájale dos, como dicen los muchachos, y abre bien los ojos, el entendimiento;
deja pasar la estampida a tu lado y míralos desde aquí para que comprendas lo imbécil de esa cadencia. Intentas
bailar sin oído, cantar sin voz, manotear al malhechor. Coño, panita, hazme el
favor de dejar el sobresalto y sentarte en silencio. Concédeme no saber de la
noticia de tu arrollamiento por parte de lo que ahora llamas una vida de
verdad.
Silencio elocuente
Silencio
elocuente, mudez parlanchina que convence de una u otra cosa, dependiendo del
escondite que escojamos. Voluntad es un decir. Decisión es un decir. La ceguera
voluntaria toma formas insospechadas, formas letradas y convincentes, si así se
quisiese. Pero no importa, no importa. El disfraz deja ver siempre el verdadero
relieve del que se esconde, que quien pretende ejecutar magistral ilusión
óptica, semejante y embustera prestidigitación. Alivio a veces; sorpresa que
corroe y siembra odio otras veces. Yo sabía que sabías, pero tú no. Sin embargo
callé y me hice cómplice de tu máscara, que se convirtió también en mía. Así,
pues, estamos en este circo privado, tú y yo; en esta pantomima reducida a
nuestro espacio. Así, pues, somos tú y yo; somos lo que creemos tú de ti y yo
de mí; somos, además, lo que yo creo de ti y lo que crees de mí. Bizarra y
espantosa multitud en sólo dos corazones envenenados de comodidad, heridos de
puñales cuya punta no entra en la carne y hace sangrar… pero sólo eso.
Sabrosa vida
Sabrosa es la vida
experimentada. Sin mucha teoría, sin mucha cháchara. Ocurre la vida y ocurre…
¿algo qué decir, qué objetar? Claro que no. La sorpresa se mezcla con la risa y
la seriedad y sale algo de lo más policromático, de lo más ciencia ficción. Lo
cercano sabroso con lo lejano en alguna instancia y en medio del barullo y la
urgencia; todo se desinfla en una sonrisa que acredita al bromista, que deja
donde está –en alarma– al objeto de episodio, y todo comienza, por este lado, a
ser como siempre es, y al menos con dos gramos de simpaticura. El malentendido
se convierte en joda, en lo que siempre fue. Si lo veo, le doy su coñazo, dice
uno, pero le agregas el beso de reglamento para quien está en buena estima. Un
día sumamente aburrido se convirtió en evento de primera página –mediático y
todo– y luego se desinfló sobre los hombros de siempre, de quienes defienden,
de quienes están ahí, a la orden del sentido común, del amor entendido
ampliamente. Un abrazo.
Espero sin esperanza
Te espero sin esperanza. Te espero sin mucha emoción. Pasa el tiempo y no llegas. Pasa el tiempo y tu promesa de no volver
se va cumpliendo de modo insólito; al menos eso es lo que se ve desde aquí. Ya
no veo el reloj, ya no abro la ventana en busca de tu silueta que irrumpa en mi
soledad. Sin embargo, no te apagas aún. Sin embargo, tus recuerdos no han hecho
maletas y salido todavía. No sé qué traman. No sé que se traen, con su
disimulo, con su mirada esquiva. Ciertamente, hay algo que no puedo descifrar.
Sin duda alguna, tus restos guardados aquí son un puente ya casi transparente
de la ausencia, al bienestar… pero no se sabe qué bienestar; no se sabe qué
bien pueda hacer tu espejismo perenne sentado al lado de mi cama.
Eterna nostalgia
Eterna nostalgia que
aparenta ser equipaje sin remedio. Heridas inexistentes o curadas que se
prestan a la contemplación y caricia. Dolor de sonrisa que brota de grata
sorpresa y certifica humanidad, vida, latido. Sangre que corre y brinda pellejo
adolorido, sensible, creativo. Huesos que soportan el desfile de sensaciones,
de sentimientos inagotables, como bisagras entre lo que tengo y lo que quiero.
Parece malo, sabe malo, se siente terrible, pero coño, déjamelo en la mesita de
noche, para embriagarme un poquito cada vez que el techo esté de frente.
viernes, 17 de febrero de 2012
La puñalada
Después de algunos instantes supe que fue una puñalada. El metal
traspasó mis costillas desde atrás y quedó ensartando la entraña. El dolor,
luego de la comprensión del asunto, invadió mis hombros y fue quitando fuerzas
a mis piernas ya temblorosas. Hacía tiempo que ni mis creencias del pasado me
hacían arrodillar; pero ahora, solo, con esta frialdad entre mis huesos, decidí
no resistir mis sobrepesos y me dejé deslizar suavemente sobre un costado. Unos
segundos antes escuché el comienzo de la carrera de mi ejecutor, perdiéndose en
un corredor ya sin posibilidades de persecución. Como en los relatos clásicos,
comencé a ver pasajes de mi vida, pero esta vez lo hacía para saber qué pudo
ocasionar esta espantosa eventualidad. Mientras la humedad irrigaba mi espalda
y comenzaba a sentir algo de frío, recordaba mis explosiones desconsideradas,
los momentos en que hice daño sin importar el futuro. Pero no daba con nada que
mereciese este desenlace. A medida que se dormían mis manos y el hormigueo de
mis pies ganaban atención, mi mirada fija en el rodapié no lograba meterse en
algún episodio que dejase una promesa de venganza, de algún accidente más
adelante. Entre lo borroso que llega y una tos repentina, pero casi muda, mira,
la verdad no doy con el cierre de mi capítulo, tal y como lo veo y mejor cierro
los ojos. Siempre pensé que dejaría este suelo de alguna manera que
reivindicase esta pérdida. Siempre creí que moriría con una bandera en la mano,
con un ideal en el pecho, con un abrazo defensor de los míos por delante; pero
no fue así. Acabo de entender, a destiempo, inoportunamente, que cualquiera de
nosotros podría morir sin ejercer el derecho a la decencia del caso, a la
elegancia del momento.
¿Desde cuándo no estallas?
¿Desde cuándo siempre piensas antes de hablar? ¿Hace cuánto tiempo no
estallas a decir lo primero que se vino a tu mente, sin medir las
consecuencias? ¿Desde cuándo no sientes que lo lamentas tanto, que fue un mal
entendido, que cuando uno está enojado no mide lo que dice, que lo lamentas? ¿Desde
cuándo no sientes que la pegaste por ser groseramente honesto, que no pudo
pasar en mejor momento, que no pudo ser mejor de otra manera? Debe hacer mucho,
porque ahora te notas algo esclavizado de los argumentos elaborados, de las
razones imbatibles, del perifollo de tus ojos al pronunciar la nueva
manufactura. Debe hacer mucho, porque te enrojeces sin decir, sin gritar, sin
despotricar, para luego venir con tu risita de yo si soy maduro, de ya lo
pensé bien y vengo a vencerte con la circunspección adecuada. Te estás
reventando, ¿no?
jueves, 16 de febrero de 2012
Y si no te gusta, ya sabes...
Segregaré. Aislaré. Despreciaré.
Partiré el mundo en a favor y en contra. Dividiré el buenos y malos
a todo el mundo, y claro, yo seré de los buenos e implacables. Si no
te da la gana, no pienses como yo. Si no quieres, ni siquiera finjas
que tus ideas están de mi lado para conservar tus flacos intereses. Pero sé
que vendrás cabizbajo a pedir cacao. Estoy seguro que el bozal de
arepa te hará bajar la mirada y asentir ante mis dictámenes. Aquí
nadie habló de razón o no razón, y más te vale irte
acostumbrando a mi temperamento zigzagueante, si es que quieres
favorecerte de mis influencias: total, tú y yo no somos amigos.
martes, 14 de febrero de 2012
Superficial, ¿y qué?
Mi vida superficial. ¿Y
qué? Yo soy así, así crecí, así me gusta, y creo que te estás metiendo en un
lío por no respetar a los demás. Yo si soy así, superficial, ligero, con la
profundidad de un botón. Déjame con mis cosas, con mis pasatiempos estériles, como
les dices. Permíteme que con tranquilidad, bote mi tiempo, lo cambie por otros
tiempos inútiles. Yo no voy a salvar al planeta, ni a mi país, ni a mi familia;
es más, tal vez ni siquiera quiera salvarme yo mismo porque no lo entiendo, no
me importa. Si yo soy así, es por algo que seguro no sabes, no entiendes. Deja
esa pose de sabiduría que te viste en estas ocasiones a mansalva, en las que
vienes directo y me sermoneas. Yo estaré tranquilo si pienso que soy feliz
desde que recuerdo y hasta que me muera… ¿Que es una mentira? …habría que ver
adónde llevan las verdades, y si no terminas en el mismo sitio un poco más
viejo, un poco más cansado, un poco más desengañado, desilusionado. Así que
apártate de la pantalla y déjame seguir cantando esto, que no me interesa
comprender… ¿si?
Creatividad moribunda
La genialidad que no
surgió. La genialidad que si existió, pero aún así no fue invitada a la fiesta.
Esa genialidad con todo el morral lleno de brillanteces para recitar y nada de
oportunidad de mostrarla. Y ahí está. Y ahí sigue y seguramente allí morirá. Y
como esa, varias, muchas, demasiadas genialidades, logros potenciales,
soluciones que murieron por no ser regadas, atendidas, habladas como a las
maticas. Multitudes de silencios flamantes, maquinantes, de finos malabares
espirituales y físicos que fueron amordazados por algo infinitamente más
poderoso: la indiferencia.
Había una vez tu moralidad
Había una vez tu
moralidad. Había una vez tus ojos de juzgado inexorable. Había una vez tus
argumentos válidos, claro; tus ideas de lo correcto y tus argumentos bien
estructuraditos. Hubo una vez cuando eras juez y parte en el pleito que tú
comenzaste hasta hundir el puñal en los culpables. Hubo aquellas ocasiones en
las que te montaste más arriba del podio y tu dedo índice iluminaba a todos
aquellos a quienes negarías el derecho a la defensa, a quienes la sentencia fue
previa, sin aviso ni protesto. Y recuerdo tus palabras; y recuerdo tus
conclusiones tan coherentes, tan provenientes de ti en ese momento de gloria
autopropinada. Y ahora, te veo detrás de esos barrotes, en ese cuarto tan
oscuro como los que destinaste a tus prójimos de aquellos años. Ahora, como un
cuento repetido, como la triste historia de antes ya sabida, veo como bajas la
mirada ante una pequeña verdad; veo como tus lágrimas impiden ver con claridad
lo que pasa ahora, lo que pasó antes. Y no queda nada qué decir, sólo que lo
siento mucho.
Consideradamente botao
Despedida adecuada de
una empresa. Se sentó enfrente de mí, y con cara de lamento, me dijo: “Ignacio,
la verdad es que la cagamos; y la cagamos tanto, que ahora has metido tu
renuncia irrevocable, según nos cuentas. No supimos valorar tus esfuerzos, e incluso
ese compromiso gratis que adoptaste para con la Empresa. Nos dijiste, nos
llamaste a capítulo, nos hiciste las observaciones pertinentes, pero nosotros,
como dijiste en algún momento, no te paramos bolas por estar en otras. Ahora no
sé qué “otras” eran esas, porque no sobrevivieron hasta hoy, echando por tierra
las esperanzas que tenías de hacer carrera con nosotros. No te supimos evaluar,
no te preguntamos de tus expectativas, haciendo imposible que pudieses
expresarlas con plena libertad. Lamentamos mucho que te vayas. Seguramente
alguien más por allá afuera valorará más tus capacidades y buenas actitudes,
esas que aquí no pudieron conquistarnos por nuestra obstrucción, nuestra falta
de madurez profesional. Aquí estarán siempre las puertas abiertas, aunque
francamente, creo que tardaremos tanto en asumir la responsabilidad de esta
pérdida, que se nos hará más fácil aprovecharnos de uno de tras de otro de los
empleados que consigamos y destiñamos aquí”. Después de un abrazo, agradeciendo
la escandalosa sinceridad, me retiré… más asustado que cuando metí la renuncia.
Llegó el momento
Llegó el momento: No hay
historia. No hay ayer, no hay origen, no existe antecedente. Sólo es el hoy,
avasallante, con argumentos infinitos que nos dice que la cosa es de aquí
palante, y cualquier consideración en ese sentido es una pérdida de tiempo. Todos
somos una consecuencia sin causa, un árbol que flota sin raíz, sin razón, sin
dirección. Mueren los recuerdos a petición de los sabios del presente. Se
desvanecen las herencias forjadas del sudor de días pasados, de amores pasados,
de luchas pasadas. Todo surge, repentinamente, de ningún sitio, de ningún lado;
si acaso, de una fábrica excelentemente pensada de futuros ilusos sin
fundamento, pero de una credibilidad espantosa.
¡Quiéreme, coño!
Quiéreme. Quiéreme mucho. Quiéreme
como a tu país desde lejos. Quiéreme como a tu madre enferma.
Quiéreme como a la fortuna que se escapa. Quiéreme como al silencio
entre el bullicio . Quiéreme como a la cama luego de la playa, como
a la brisa durante la incandescencia callejera. Quiéreme como como
la nostalgia al pasado, como la ansiedad al futuro. Quiéreme como te
de la gana, pero aparécete y ejerce el derecho a ultranza que te
otorgo en esta tarde tan sola.
lunes, 13 de febrero de 2012
Y eso... ¿Se puede hacer? ¿En serio?
Una vez escuché a
Gabriel García Márquez decir que en su juventud leyó a Kafka, y al ver el
relato de que un hombre se convertía en insecto, se preguntó sorprendido, maravillado:
“¿Y eso se puede hacer?”. Afortunadamente, muchos mortales hemos tenido esa
sensación preciosa en algún momento, gozando de la nueva libertad que aporta
esa comprensión casi infantil. Y queda el buen sabor, queda el gustico de decir
“¿y eso se puede hacer?” varias veces en nuestras existencias, abriendo puertas
a esa senda una y otra vez, hasta ver que no había pared, hasta saber que eran
sólo la ilusión de la limitación a lo maravilloso de la creatividad. El niño
sigue mirando, absorbiendo, cayendo en cuenta de que es, cada vez en mayor
magnitud, dueño de su universo, de su creación. Por mala costumbre, los más
adultos, los más expertos, los más calculadores y portadores de sabiduría hemos
dejado esta revelación de la vida a un lado, no por no estar interesados, sino
porque la realidad que manejamos –si, esa, la ajena, la universal-, no nos
permite nuevos vuelos, nuevas formas de sonrisa, de sueño, de liberación. Pero no
todo está perdido; a veces, en las noches, en medio de mi silencio, puedo
sentir mi hada, casi borrosa, acercarse a mi oído y proponerme una travesura
poderosa. Ya vengo.
domingo, 12 de febrero de 2012
Cuando se dé mi venganza...
Cuando se lleve a cabo
mi venganza, quiero estar allí. Cuando el hecho se consume, quiero ver. Cuando
te estés hundiendo en la arrechera o la tristeza, quiero reclamar el derecho
del autor sobre esa obra. Me aconsejan que deje la trampa y me vaya, pero siendo
un riesgo ser atrapado durante la maldad, igual quiero ver, gozar, frotarme las
manos como las moscas. Así que… cuando estés en medio de la perdición, ten por
seguro de que la primera cara que verás será la mía.
La verdad en pedazos
Hace muy poco, al abrir
el sobre de la carta recibida, me di cuenta, creí encontrar la verdad. Fue un
momento de iluminación. Creí dar con la piedra angular de todas las verdades de
mi vida. Fue un buen momento, hasta que comencé a notar pequeños agujeros en mi
nueva, en mi flamante verdad. Fue devastador, a pesar de ser una nueva
adquisición, de no costar mucho trabajo, de no haberme encariñado. Resultó una
pequeña verdad, una minúscula verdad que no por eso perdió sus propiedades,
pero definitivamente era sólo una pieza pequeña uniéndose a un gran
rompecabezas. Entonces recordé que en algunos momentos de gran descubrimiento
muchas de esas verdades comenzaron por ser una gran mentira para luego ocupar
su lugar contributivo en el paredón en el que diariamente somos fusilados por
una verdad que no se deja ver de una sola vez, que se empeña en permanecer
oculta, en aparecerse sólo por retazos frustrantes.
Reencuentro
Estoy emocionado. Para
este sábado estoy preparando un reencuentro, y la emoción es porque es con
alguien muy especial: Conmigo. Auguro, tal vez, un encuentro con horas de
conversa y tal vez de discusión amena. Estoy muy interesado en saber qué fue de
mi desde que era más yo, menos pose, menos adorno, menos expectativa inútil. No
recuerdo la edad en que nos separamos, pero desde entonces comencé, poco a
poco, en silencio, a extrañarme, a recordarme, a idealizarme. A partir de ese
quiebre, siento que debo hacer este reencuentro, con algo de comida, tal vez
algo de licor, y así aclarar algunas cosas. Seguramente el recuerdo me engaña,
la bondad de aquellos años sencillos me engañan; pero lo que más temo es que mi
vida actual resulte el mayor de los engaños, y sea ese niño simpático quien me
lo haga entender.
Perdidos en los detalles
Perdidos en los detalles. Desperdigados entre uno y otro acontecimiento
que nos envuelve y nos rebaja a la pasión del momento. No da tiempo de
levantarse del suelo cuando otro golpe asesta en nuestra cabeza ya no tan
pensante. Impotencia, ceguera a conveniencia y claro, el grito de juicio
inmediato e inapelable de nuestras vísceras. Pido tiempo. Pido que se detenga
por unos segundos todo este caos que me usa para limpiar el piso con esta
aparente eficacia. Gracias. Ahora puedo verlo todo muy claro. Es como ver un
laberinto desde arriba, desde una altura excelente para trazar la meta, la
salida del atolladero de turno. No deja de doler, pero la esperanza está ahora
de mi lado. Los obstáculos no han desaparecido, pero ya sé cuáles son con
cierta antelación. Igual no será fácil, pero definitivamente mi mente no habrá
fabricado más problemas de los que la realidad me depara.
sábado, 11 de febrero de 2012
Hablando de herramientas
Hablando
de herramientas, de instrumentos, de medios. La pistola en manos del abnegado
policía o del asesino desprendido. La televisión enfrente de un niño abandonado
por unas horas o enfrente de un niño aprendiendo de ciencia, tecnología o historia.
El dinero en los bolsillos de un vicioso o en la diligencia de un benefactor
social. Internet en casa de padres ausentes, absortos, o en casa de padres
interesados en la investigación y en el sano esparcimiento de su muchacho. Hablando
de herramientas, de instrumentos, de medios, no me vengan con eso de culpar al
otro. Afina el filtro, chamo. Visualiza las metas, mi pana... déjate de esa
vaina.
Potencial
Potencial. Potencial es
existencia latente, oculta, por expresarse si encuentra camino. Si no encuentra
camino, como una criatura en un laberinto, morirá con el cuerpo al final del tiempo.
Potencial. La muerte sin arma. La mudez analfabeta. La escritura sin pluma. La voz
sin micrófono, sin palco ni balcón. La tragedia sin voluntad. La imagen sin
espejo. La carrera sin sendero. El ego sin el otro. La idea sin voz. La prohibición,
la ignorancia o la parálisis serán el verdugo silencioso de esas energías que
navegan en nuestro interior sin encontrar rendija redentora, luz orientadora,
brújula salvadora. Cierra los ojos... mira hacia adentro.
viernes, 10 de febrero de 2012
Cosas buenas
Sí hay cosas indiscutiblemente buenas,
correctas. Cosas a las que no se les puede ir mirando el lado
truculento, hipercomprensivo, misterioso como gritando con
desesperación “¡algo malo debe tener!”. Hazlo de una vez. Todos
saldremos ganando; y si fallas, habrá importado la buena
intención... aunque te vea lleno de dudas ahora. Si no lo haces por
convicción, al menos hazlo por mí: confía esta vez en tu prójimo,
que de todas maneras se respetará semejante exabrupto.
Hipocresía creativa
La violencia puede no venir en un
golpe, un disparo; ni siquiera en un grito. Puede ser que la droga no
venga en cigarros, botellas o pitillos. Pensándolo bien, la grosería
puede no venir de un madrazo, de un desplante evidente o una señal
repugnante. La sumisión, por su parte, podría no venir de una
reverencia, de ceremonias o de parálisis por terror. Eso da pié a
pensar que la indiferencia, el desprecio, el amor a los objetos y el
pisoteo tienen sus más sutiles o a veces no tan disimuladas
transfiguraciones. La hipocresía, de verdad, es una prostituta muy
creativa.
Deja el caos afuera
Intenta dejar el caos afuera, aunque
por lo general estés tú también afuera, entre el bullicio, entre
el semáforo y la factura. Trata de ir cerrando, poquito a poco, la
puerta de entrada al sabotaje de la multitud confundida. Pasa la
tranca a la rendija eficiente por donde se dejan colar las
distracciones, las cuentas de vidrio, los fraudes silentes. Aunque
recibas el empujón, el grito, la burla, no te dejes llevar y da un
paso atrás como avance. Aprende a estar sólo para lo que se te
necesita, para lo que requieres sinceramente. Invisibilízate a
voluntad, desintégrate para dejar pasar el proyectil sólo
caza-bobos que desgasta sin posibilidad de ganar. Llega sólo donde
seas bien recibido o donde puedas construir algo, pero no luches
tanto por eso, porque es peor el panorama retrospectivo cuando se
observa desde el suelo. Si, mi pana, deslástrate, no para correr más
rápido, sino para caminar más cómodo.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)