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jueves, 13 de junio de 2019

Que cualquier dios te bendiga

Entonces hubo un dios amoroso, uno vengativo, uno permisivo, uno alcahueta y otro con barba; todos ellos desfilando en las cabezas de las personas, uno para cada quien, claro, dependiendo de la propia percepción de la divinidad, de la cosa superior, del todo. Personalmente, conocí a un cristiano que afirmaba que su dios le daba permiso para tomarse unas cervecitas. Puede que hasta risa produzca esta afirmación, pero creo que hay que reconocer que, al menos, estuvo dispuesto a decirlo —con desparpajo y todo—, a diferencia de quienes conciben a un “Dios” autoconfeccionado según sus propias medidas, necesidades y conveniencias, y lo tienen bien escondidito donde nadie les pregunte. Y así es como cuando van al culto semanal, cuando el pastor dice “Jehová”, cada uno se concentra en la deidad que fabricó hace algún tiempo y que se podría comportar más como su padre terrenal y no como el creador del universo. La iconografía católica tradicional, la interpretación no discutida de la Palabra, el parecer del pastor o el cura de turno, así como el maquillaje personalísimo que le aplica cada individuo, forman todos juntos un plato tan variado y desvirtuado que quién sabe si, finalmente, cada uno de los que sale del templo el domingo al mediodía lo relaciona con la espiritualidad, con esa conexión íntima y poderosa que a cada uno de nosotros nos gustaría tanto experimentar.

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