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jueves, 27 de junio de 2019

Amor en cautiverio

Una mentira. Apasionante, enloquecedora, como toda una mentira. Con visos de plenitud, de eternidad, con aroma engañoso de garantía con factura. Con todo un andamiaje de la modernidad que la aguanta, el amor yace oculto, arropado como presidiario del patrón. El “amor verdadero” se vende en los quioscos y farmacias de la ciudad, retratado en revistas, en películas de color melado de armado rápido, en historias maquilladas con fondo negro. Alguien, algunos, alguna vez, lograron clonar el amor puro y desinteresado y produjeron una mala copia, un adefesio que muta de sitio en sitio, de ocasión en ocasión. El impostor que ahora vemos en las calles, en las casas, en los corazones, fue domesticado cual bestia de carga y vendido al mejor postor. Fue forzado a verterse en infames dosis, solo en pocos seres y hasta en algunos objetos o recuerdos. Lo que conocemos ahora como “amor” es la caricatura de un ente desacreditado, vilipendiado ampliamente, que habita en cada uno de nosotros y del cual no se tiene noticia. Algunos dicen que está atrofiado de tanto castigo, mientras otros dicen que es un tesoro mágico, y que da mucho fastidio sacar al sol para que gobierne al mundo. Yo por mi parte, he escuchado golpes, he sentido dolores entre el pecho y el abdomen, y sospecho que se trata de mi papel de carcelero que está colapsando ante el susodicho reo, después de haber visto, solo por unos instantes de claridad, el verdadero rostro del amor.

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