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viernes, 31 de mayo de 2019
Crecer a los carajazos
Crecer.
Tan lindo que suena y tanto que duele. Si crecer “normalmente”, en buen
entorno, a su tiempo, a su ritmo, promete algunos ganchos de derecha al hígado,
¿qué se podría esperar de un crecimiento tormentoso, a destiempo, apurado, por
la falta de herramientas de quienes tienen la honrosa tarea de orientarnos para
enfrentar la vida más adelante? En nuestro descargo, pensemos que crecer a los
carajazos es la compresión del regalo que implica ponernos frente a frente,
precozmente y en forma intensiva, con lo que en una vida chévere ocurriría en
el transcurso de varios años. Solo hay que aguantar uno que otro trauma, saltar
uno que otro muro, omitir una que otra frustración de no haber vivido la
inocencia en el plazo previsto por una crianza totalmente amorosa. Y así, pues,
habremos aprobado, a una edad tierna, mucho antes de lo esperado, el examen de
poner todo en perspectiva. Podremos, quién sabe, recostarnos a un lado del
camino durante un rato, con esos boletos bien ganados y sin sobresaltos, a ver
pasar los acontecimientos con una óptica fresca, limpia y en paz.
jueves, 30 de mayo de 2019
Perdón por el berrinche
Pido perdón
por todo lo que les grité en la cara. Perdón por esos berrinches que estallaron
en algún momento de discusión. En mi descargo, debo acotar que ocurrieron al
sentir que hubo alguna injusticia en mi contra, pero ahora comprendo que mi visión
de la situación para el momento fue bastante miope —así que voy preso igual—. Perdón,
de verdad, por los trapos sucios al aire. Perdón por meterte a juro en ese
trozo de mi proceso de crecimiento. Perdón incluso por cuando teniendo la
razón, la perdí estrepitosamente por mis maneras vergonzosas. Al pasar los años
miro atrás, observo con atención la vehemencia descontrolada que ahora
sobrevive bajo estricta supervisión y sobreviene la necesidad de pedirte tu
perdón. Así que, perdón, mi estimado, por los espectáculos altisonantes que te
brindé delante de otros, por mis manotazos, por la mirada de loco, por la
saliva que te bañó e, incluso, por mi mal aliento.
Cero drama
No quiero
más drama en mi vida. Se acabó esa exageración constante de todo lo que ocurre,
de cada cosa que acontece. No quiero aderezar más la tragedia o incluso el
episodio más trivial. No quiero amenizarle la conversa a nadie más, no voy a
agitar para derramar lo que no llegó al nivel trágico que hubiese deseado para
seguir en mi eterno ayayay. Ni siquiera voy a extasiarme con sobresalto por
cualquier alegría pasajera como si fuese la salvación de mi vida, solo para caer
en la depresión de siempre. De ahora en adelante, lloraré solo los 10 muertos y
no los 100 que necesitaba. En adelante y si es necesario, me quejaré solo por lo
que me ocurre y no por la catástrofe que respaldaría mi victimización. En dos
platos, me voy a dejar de ridiculeces y tomaré la responsabilidad por lo que
pasa en mi realidad, por lo que hago, porque en verdad, no podría solucionar esta
historia épica de desastre que llevo en la cabeza.
martes, 28 de mayo de 2019
Filosofar con el estómago lleno
Qué bien
se filosofa con el estómago lleno. Qué espectacular la disertación con el
chofer esperando en el carro. Qué sabias esas palabras que rayan en la
elegancia, hablando del ciudadano, de la vida diaria de “todos”, de las
dificultades de “todos” al llevar a cabo ciertas transacciones que tu amigo “gestor”
completa por ti por una módica suma. Qué manera, chico, de saber “realmente” lo
que pasa aquí y de lo que podría pasar sin siquiera haber caminado cuatro
cuadras de tu ciudad y mirar de frente el acontecer de la mayoría. Perdóname,
pero mirar la solución desde la habitación de un “conocido hotel capitalino”,
contactar a los sicarios que harán el trabajo sucio desde un “reconocido
restaurante” o cuadrar tu salida del país si la vaina se jode desde un avión
privado, no se me asemeja a los conceptos de lucha y liderazgo que ventilaste
en tu última conferencia, en otro “conocido hotel capitalino”. Me disculpas las
comillas, doctor, pero lo que pasa es que me tienes harto con tanto y tan
repetido intento de manoseo a mi inteligencia.
Estamos dormidos
Estamos
dormidos. Estamos, por decir lo menos, aletargados. Este tipo de anestesia
general tan terrible que nos entra por los sentidos y nubla el corazón tiene un
poder extraordinario, una efectividad sin precedente a lo largo de los siglos,
pero que no se nota cuando se interna en nuestra piel, en nuestras arterias,
para quedarse ahí como una mancha de colesterol. Tanto es, que vemos pasar a la
belleza enfrente y nuestros ojos no lo notan. Tanto es, que si escuchamos algo
excelso, los oídos no se percatan de tal acontecimiento. Tal es, para colmo, que
si sentimos algo profundamente satisfactorio, salimos corriendo como venados
ignorantes sintiendo el pecado. Ya basta de tanto desvirtuar lo puro y
ridiculizarlo. Ya basta de fabricar soldados para el consumo para quienes nos
ganaron en mediocridad por falta de afecto. Es hora de despertar. Ha llegado el
momento previo al desastre y tenemos que desactivar el explosivo que llevamos
dentro, ese que estallará al detectar la mortandad en nuestros sueños, la falta
absoluta de amor en nuestros corazones. Coño, rápido… ¡al menos abre un ojo ahí,
pana!
Amor para pocos
Amor
solo para pocos. Amor, en el peor de los casos, solo para uno. Visión extraña
del amor que se asemeja más a la pasión animal que solo se dirige a los más
cercanos y, en especial, a ella o a él. Visión mezquina, recortada, de tan poca
magnitud y alcance que solo riega a los más próximos, a los que permanecen
dentro de la alambrada de púas. Para los demás no hay. Se apagó el chorro. “Pa
ti se acabó”. Tenía un viejo amigo para quien el amor no era un chorro
dirigible, sino un relámpago que alcanzaba a todo el que estuviese en mi
camino. El amor debía ser, según él, el producto del cultivo interno de cada
uno de nosotros y su derramamiento sobre los demás. El amor no era pasión,
afirmaba, sino un baño de agua tibia que se manifestaba durante todas las horas
del día e impregnaba a cada vecino, a cada lugar al que iba. Pues, yo le creo.
No quiero lunes
No quiero
lunes, colesterol ni manuales. No deseo elegancia, enseñanza ni formularios. No
me sirven comités, carteles ni sanciones. Rechazo las poses, las risitas y los solapamientos.
Me tienen harto los líderes, las doctrinas y los borregos —sobre todo los
borregos asociados—. Me causan grima las plantillas y las soluciones teóricas. En
dos platos, me fastidian los escenarios que prohíben la creatividad y la honestidad,
y promueven la sumisión en cualquiera de sus formas modernas… por muy lindos
que parezcan, por muy libertadores que se declaren. Déjame subir a esa colina,
ver todo de lejos y replantearme todo de nuevo. Hablamos después.
Mi extraño amor por ti
Mi amor
por ti no parece tierno a veces. Tiene muchos gajes del oficio, eso, de amar de
verdad. Mi amor no te recogerá del suelo cada vez que caigas, porque necesita
saber si lloras porque te duele o porque me ves llegar alarmado. Mi amor no te
abrazará con urgencia cada vez que llores, porque necesita saber antes si requieres
de mi consuelo o necesitas tu propio espacio para procesar tus asuntos
pendientes. De vez en cuando, mi amor se recostará plácidamente con un trago en
la mano para contemplarte de lejos y saber en qué andas y, sin entrometerme,
saber si estoy incluido o no. Sí, por supuesto, te daré besitos, te contaré un
chiste, saldremos a comer; pero, bastante lejos de esa plantilla tan prescrita,
repetida y autoinfligida, mi amor será capaz de mostrarte facetas que,
invisible y a veces inexplicablemente, dejarán en ti alguna herramienta útil para
tu camino.
Todo es lógico
Todo
es lógico. Si te pones a observar cómo han resultado las cosas, todo es el
resultado lógico de las circunstancias. Entonces, ¿por qué nos sorprendemos
cuando los hechos ocurren como ocurren? Desfilamos nuestra presunta capacidad
para diagnosticar las causas de lo que ya ocurrió, y sin embargo nos
descubrimos como terribles pronosticadores de lo que ocurrirá en el futuro. Parecemos
fallar siempre. En lugar de aprender del pasado y alimentar nuestras
conciencias, irresponsablemente nos vestimos de caras de tabla, de niños
mimados y caprichosos, de porque me da la
gana, y reanudamos el camino así nomás, con la renovada determinación de no
fallar. Como es lógico, la hemos pagado caro. Como es lógico, el sufrimiento
que surge de la diferencia entre lo que quisiéramos y lo que las leyes de la
naturaleza dictan permanece a nuestro lado como una sombra que despreciamos a
medida que la alimentamos. Al parecer, la locura se adueñó de nuestros días; y
la verdad es que, actuando como actuamos, eso también resulta lógico.
lunes, 27 de mayo de 2019
Buscar el propósito
Tener
un propósito. Buscarle el propósito a todo, a lo que hago o a lo que ocurrió. “Lo
mejor es lo que pasa”, dicen algunos. Yo no sé si lo mejor es lo que pasa, pero
definitivamente es lo que pasa y comenzamos a jugar peligrosamente con el “no
debería ser así”, pero lo es: siempre lo es. Con tan pocas cosas que dependen
de nuestro control, de nuestra decisión, como que es mejor buscarle la vuelta, tratar
de ver más allá de la emoción, buscar un propósito. ¿Que parece acomodaticio?
Tal vez. ¿Que estoy tratando de que las cosas no me afecten tanto? Puede ser. ¿Qué
estoy inventando? Quizás no. Lo cierto es que todo se siente mejor si se le
atribuye un propósito. Todo cuadra, todo encaja. Nada queda desperdigado. Si le
viésemos el propósito a todo lo que ocurre, si pudiésemos detectar una
alineación tanto en los elementos de la vida diaria como en los acontecimientos
extraordinarios, sería casi como participar en el milagro. Si no quieres hablar
de la autoría, de creencias o de cualquier predisposición establecida por el
humano, estoy de acuerdo, pero debes admitir que cuando hablamos de
casualidades, las lanzamos inmediatamente al cúmulo infinito de misterios
aparentemente inconexos que no estamos preparados para entender en este
momento. A fin de cuentas, el propósito implícito de las cosas viene dado por
un orden que se escapa a nuestra limitada comprensión del universo y de sus
leyes aún no develadas. Estamos tan acostumbrados a descomponer con afán todo
en sus partes y en concentrarnos en cada una de ellas, que normalmente olvidamos
que hay un todo que las contiene y les da sentido… que les otorga un propósito.
domingo, 26 de mayo de 2019
¿Inteligente pa qué?
Pasé
otro día pensando. Ese día no lo viví; también se perdió. Pasé otro día
analizando las causas y las consecuencias, las perspectivas y las posibilidades,
mientras el paisaje soleado se quedó esperándome allá afuera. Transcurrió otro
día llegando a conclusiones complejas e importantísimas y luego a dormir,
mientras mi familia me veía pasar de largo. Fue un día en que la mente logró
prodigios, unió cabos, develó secretos, mientras el corazón yacía compungido en
su caja del tórax. Fueron horas y horas que invertí en planificar
estratégicamente, en disponer recursos, en coordinar unidades, mientras la piel
se entristecía por falta de calor. No cabe duda: soy harto inteligente. Sin
embargo, con lo mal que me sentido en estos días tan intelectualmente prolíficos,
creo que debo saber exactamente: ¿inteligente pa qué?
viernes, 24 de mayo de 2019
Sufre un poquito más
Anda,
sigue presionando. Sigue resistiéndote a la vida y a sus leyes un poco más, que
el punto máximo de sufrimiento que te llevará a la liberación está próximo. No
has llegado al fondo, no todavía. No te has sumergido lo suficiente como para que,
con la fuerzas de la desesperación, te puedas impulsar hacia la superficie,
tomar aire finalmente y descansar mientras te replanteas todo de nuevo, desde
una nueva perspectiva, una más ecológica, más económica; una que permita reinsertarte
en días libres de culpa y preocupaciones, una en la que seas totalmente libre. Pero
eso no es todavía porque permaneces drogado en el tobogán de las emociones, de
la ira y la tristeza, de la alegría obtenida por medios artificiales, mientras
se te acaban los recursos para sustentarla. Te digo que has estado a punto de
lograr el gran salto, ese que viene luego de llegar al fondo del pozo, solo que
siempre aparece una distracción, una supuesta tabla de salvación que te hala en
sentido contrario y se pierde de nuevo el chance. Siempre has apostado al
alivio más que a la curación porque dices que duele más, aunque su efecto dure
menos. Sigue la rumba por ahora. Vas a caer, eso es seguro. Lo que puedes hacer
es al menos caer de pie para que no te hieras tanto, para que no te salga tan
costoso el episodio. ¡Vamos! ¡Anímate! Cae de nuevo en ese hueco que tienes
enfrente de la manera en que lo has hecho hasta ahora… quién quita que sea el
momento final que te empuje a la salvación.
Mojón con paltó
Mojón
con paltó. Vestí al mojón y le di siempre lo que quiso. Le di estudios al
mojón, pero nada: seguía siendo un mojón. Le di viajes, le di academia y hasta
modales. Le di apariencia, le traté de explicar las cosas importantes, de
reflexionar en las cuestiones de la vida, pero el mojón solo fingía escucharme mientras
seguía siendo un mojón. Creció el mojón y se apartó. Decidió al fin recorrer su
propio camino el mojón y me alegré; pero según me cuenta la familia, chico, según
los titulares de las noticias y hasta un vago presentimiento mío, ese mojón
creció y se juntó con otros de su naturaleza que, en medio de la elegancia, el
poder y cierta distinción maloliente, seguían siendo mojones… solo que ahora
con paltó.
Yo quería perdonarte
Quería
perdonarte, pero no podía. El asunto no era tan sencillo como solo quererlo.
Quería perdonarte, pero es que no podía olvidarme del daño que me habías hecho;
la rabia por tu traición permanecía vivita y coleando. Siempre creí que con
quererte bastaba, que con amarte bastaba, que todo mejoraría, pero parece que
había un requisito secreto con el que no contaba que impedía mi perdón sincero,
cabal, definitivo. Hasta ese momento, hubo algunos intentos de indulgencia para
con tus pecados, pero resultaron en estruendosos fracasos. De cualquier manera,
de alguno modo y a veces por aparentes tonterías, mi ira se despertaba y te
volvía a mandar para el carajo. Esos tiras y encoges, esos zigzagueos, me llevaron
inevitablemente a la extenuación, y decidí apartarme definitivamente de tu
lado. No fue sino mucho tiempo después, ya desechos los nudos por la acción del
amor propio, y ya montado en mi nuevo camino, que pude verte, saludarte con
cariño y hasta divertirme contigo desde mi plenitud. En ese momento comprendí
que ese perdón que tanto traté de forzar en el pasado había llegado a su tiempo
y sin notarlo. Fue después de ese largo transcurso que pude desearte la
felicidad —aunque lejos de mí—, ya sin tristezas, ya sin rabietas… sí, tal vez,
con un dejo de nostalgia en mi corazón.
domingo, 19 de mayo de 2019
Yo vengo del infierno
Yo vengo
del infierno, y es por eso que comprendo bien las sutilezas en lo que tú llamas
“trivialidad”. Yo he probado el avance de las escaseces hasta llegar al vacío
burlón, mientras te escucho quejarte por una pendejada. Yo he sabido medir con
dolor y paciencia lo necesario para avanzar, mientras te escucho lloriquear por
falta de comodidades. Fíjate que en el infierno no hay mamis ni papis que
salten a ayudar; no hay choferes ni médicos personales que atiendan al
chasquido de tus dedos; no hay tarjetas de crédito. En el infierno no hay
maquillaje ni mentiras que apacigüen, porque la única manera de permanecer
vivos es ser honestos, colaborar en la causa común que nos aflige o compartir
el gozo por el logro del compañero. Entonces, en medio de estas maneras, apareces
tú, así de desesperado, desencajado, a dictar clases de no sé qué mientras te
arreglas el cabello; desplegando tu caletre incoherente mientras te ajustas la
ropa; fingiendo simpatía, con esa sonrisa afectada que te deja muy mal. Yo te
recomendaría, mi panita, que te fueras ahora mismo con tus temblores y nos
dejaras con nuestras certezas en eso que te dio por llamar “el infierno”.
Persiguiéndonos la cola
Persiguiéndonos
la cola, y eventualmente la mordemos. Así estamos, así vamos. Así ha caminado
la humanidad desde hace un buen rato; así, toda civilizada ella. La historia se
repite. Los ciclos trastabillan sin resolverse. Como se ve desde aquí, hoy es
como ayer y mañana será como hoy, alentados estos días aciagos por ilusiones
temporales, por seudolíderes envanecidos, por sistemas abusadores, sin justicia,
unos coloridos y aparentes seguidos por revoluciones que se aíslan y se extinguen
a sí mismas: una vergüenza. Somos los mismos ingratos inconformes de siempre,
los mismos que hacen y deshacen, los mismos que al “tenerlo todo” se fastidian
porque, según sus pequeños cerebros, ya no hay más. Pasan los decenios y
avanzamos por un embudo que se va estrechando cada vez más, apretujando y
dejando salir a los monstruos guardados en el escaparate para ejercer el consabido
“sálvese quien pueda” y mostrando con desparpajo lo peorcito de cada uno de
nosotros. Tan buenas gentes que habíamos sido hasta que se metieron con
nosotros. Solo la ciencia y la tecnología aprenden de sus errores; los humanos,
tan inteligentes ellos, regresan al mismo error por los siglos de los siglos, produciendo
hogares sin amor, creciendo al margen de los afectos, constituyendo ejércitos
de monstruos sin propósito ni voluntad al servicio de quienes más temen probar eso…
eso de ser humanos de una vez por todas.
El precio a pagar
El precio
a pagar. Siempre hay un precio a pagar. Sin embargo, no siempre debe pagarse
por obtener algo o como pago por un error cometido. A veces, incluso, hay que
darle el aporte a los villanos que trafican con el dolor ajeno. El precio a
pagar obedece a una tarifa que se recalcula según el momento, según sea el caso,
según sea el canalla. Muchas veces debe pagarse por apartar la basura bajo la
alfombra que no permite el paso ligero, el recorrido trazado, la llegada a la
plenitud anhelada. Siempre se paga el precio, y algunas veces se paga con tanto
placer que solo se nota en la cicatriz y el agotamiento que deja. A veces, ese
pago te deja con las manos sucias, incluso si luces de lo mejor o aunque te
hayan ascendido como ejemplo de la comunidad. Aunque el precio y el valor no suelen
lo mismo, aquí sí lo son; así que ve registrando bien esos bolsillos, porque
seguro se aproxima tu próxima cuota.
¿De qué quieres sufrir?
De qué
quieres sufrir, sería una pregunta pertinente al momento del nacimiento, pero
nadie la hace. Igual, sería una pregunta con respuesta azarosa porque nadie ha
vivido. Pero luego, al pasar los años e irse definiendo los acontecimientos por
voluntad propia, ya sería el momento de responder a esa pregunta. ¿Quieres
sufrir de soledad, del estómago, de nostalgia? Por muy autosuficiente, preclaro
o experimentados que seamos, la inconciencia parece tener su espacio en nuestra
vida y no seremos estrictos con ella. Se podría decir más bien que protegemos
ese pequeño espacio que damos al actuar ligeramente, desdeñando las consecuencias
de ciertos actos que sabemos que nos
harán daño o a otros. Pero lo dejamos así y más adelante, hasta aparentaremos la
sorpresa ligada al yo lo sabía
juntos. No habrá explicación racional posible. No podremos echar mano a las herramientas
retóricas o académicas bien afiladas para dar a entender por qué dejamos que
todo ocurriera. “¿De qué quieres sufrir?” es una pregunta absurda porque nadie
quiere sufrir intencionalmente ‒eso sería locura‒, pero mira que con qué
urgencia necesitamos preguntárnosla, y, en principio, contestarla para comenzar
el proceso de curación y dejar de incurrir en comportamientos dementes y
autodestructivos.
viernes, 17 de mayo de 2019
Agradecerás el delirio
Agradecerás
mi presencia fugaz en tu vida, incluso más que si todavía estuviese contigo. Destacarás
en tus conversaciones casuales el paraíso destruido por mis engaños, aún más
que mis compañías al mercado y al médico en la actualidad. Fantasearías atrevida
y silenciosamente con lo que pudo ser, con muchas más fuerzas de las que
emplearías hoy en mantenerte a mi lado. Recurrirías, final y lamentablemente, a
que “fue mejor amar y haber sufrido que nunca haber amado”, en lugar de echarle
pichón a este fastidio que resultó ahora tu realidad.
lunes, 13 de mayo de 2019
El animal
El
animal que se salió de control. El animal que se separó de la concordia total y
convirtió su magnífica herramienta, groseramente sobrevalorada, en una amenaza, y finalmente en el arma letal que ahora agita en el aire. El animal que pasó
de ser parte a ser dueño, de ser hijo a ser dueño, de ser microscópico a ser
dueño. Es el inventor del término “conciencia”, pero la evidencia dista mucho
de corresponder. Quién puede pensar que semejante ser, así de inútil y vulnerable
durante tantos años después de nacer, se irá elevando sobre sus pies para, con
ideas ajenas aprendidas de los comerciantes de emociones y bienestares de
plástico, actuando como la muestra del retroceso evolutivo del ser humano, para
erigirse como el nuevo dueño irresponsable del mundo.
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jueves, 9 de mayo de 2019
Necesitar... Querer
Necesitamos
comer todos los días, pero queremos caviar y champán. Necesitamos respirar,
pero queremos oler siempre bien. Necesitamos contar, pero lo queremos todo. Necesitamos
viajar, pero queremos ir a la luna. Necesitamos dinero, pero queremos ser
ricos. Necesitamos afecto, pero queremos pasión. Necesitamos tranquilidad, pero
queremos seguridad. Necesitamos tener, pero queremos acumular. Y así va la cosa.
Mirando desde aquí, como que necesitamos algunas condiciones para vivir bien
—lo opuesto a mal, por si te confunde—, pero nos empeñamos en querer atesorar
más de lo que incluso podemos manejar, de lo que seguramente, nunca podremos
obtener a un precio razonable. Y así desfilamos, bailamos o nos tambaleamos
entre lo que es innegablemente vital para vivir y los excesos que no sabemos
qué traerán, aparte de colores, luces o sobresalto. Y así pasarán los años,
navegando sin rumbo, queriendo más, anhelando otra cosa distinta, trastabillando
sin poder dibujar, por agallúos, lo que en realidad nos puede hacer felices.
Como el agua
El agua
no parece tener problemas con nada. Parece obedecer muy bien las reglas que la
rigen y con eso le basta. El agua fomenta la vida en el planeta, no porque se
lo haya propuesto, sino porque se deja llevar por su naturaleza. El agua solo
busca correr hacia abajo. No importa lo intrincado del camino, lo inhóspito que
nos parezca, lo temerario de la acción, hará sus cálculos instantáneos y
correrá por el sendero que la lleve antes un tanto más abajo. El agua solo tiende
a correr, y cuando se estanca es porque las condiciones así lo dictan; ella no
tiene problemas con eso, así debe ser. El agua no se apega a la laguna, no se
entristece cuando debe dejarla y sigue. El agua no se acostumbra. Si se abre
una zanja, comenzará a correr de nuevo porque la gravedad es su ley. Cuando se
encuentra con una piedra en su camino, la rodea y continúa su viaje. No se
enoja con la piedra, no le reclama su posición, no se presenta como el emisario
del diluvio. A diferencia del ser humano, el agua no tiene dignidad ni orgullo
porque estos son conceptos mentales de reacción. A diferencia del agua,
nosotros nos estancamos por condiciones ficticias y nos embalamos, igualmente,
por fuerzas también ficticias, superficiales, embusteras. Tal vez no que
queramos ser tan fríos como el agua, pero más vale que vayamos tomando nota de
lo que significa buscar el equilibrio… porque nosotros, a diferencia del agua,
hemos violado todas las reglas naturales y nos hemos erigido como los destructores
del planeta.
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Vender el alma al diablo
Voy a
vender mi alma al diablo. Ya basta. No aguanto más. Ya se me hace demasiada
carga para mí solo. Si voy a ir al infierno, quisiera disfrutar al menos de
algún paraíso, aunque sea artificial. Es harto difícil vivir en la lucha entre
mis obligaciones y mis emociones, entre mis pasiones y el qué dirán. Me harté
de la lucha honesta, del forcejeo bonachón, de la estatua incorruptible, de la
solidaridad adolorida. Estoy hastiado del taquititaqui
del sabio y de lo que llaman conciencia, la que de vez en cuando aparece para
mortificarme. Venderé mi alma al maligno, pero no tan barata. Satanás no
obtendrá este portento musculoso de espíritu sin antes hacer un buen
desembolso. Deseo el equilibrio, pero ahora a carajazos. En adelante, quiero ligereza,
ebriedad, desconsideración, libertad a ultranza. Quiero superficie. Me olvidaré
de la dignidad del prójimo, ese que tanto me jode, de sus derechos y anhelos,
de sus necesidades y de mis posibilidades de aliviar su dolor… dolor que hoy me
hizo jorobado y me hace estar ahora a las puertas de esta terrible negociación.
Según tú, no es violencia
¿Vas a
seguir diciendo que eso no es violencia? ¿Vas a seguir declarando airadamente
que no eres violento porque no gritas, no golpeas o no matas? Es curioso que tu
cerebro —muy desperdiciado en pendejadas, evidentemente— cuando percibe la
palabra “violencia”, solo puede dibujar a una silueta golpeando a otra, pero lo
que pareces no saber es que hay muchas maneras y destinatarios de la violencia,
y no solo ese estereotipo jolivudense que sembraron en nuestras cabezas los
otros violentos, los que no tienen pistola ni garganta para cometer sus
crímenes. Entonces, ¿vas a seguir sosteniendo hasta el infinito, entre
argumentos de legalidad, que estafar no es violencia, que burlarse no es
violencia, que producir miseria de lejos no es violencia, que ser indiferente a
la desgracia no es violencia? De verdad que eres muy hábil al explicar y
convencer. Eres todo un mago para maquillar el estiércol que sale por tus
labios. Temo que te ellos creerán y saldrán a distribuir las verdades
aprendidas que les mostraste. Pero mira, yo no. Yo estoy viendo desde hace rato
que todo lo que pregonas, con esa pose de sabio, es pura basura y la utilizas
solo para tu cacareado bienestar. Pero las cosas pasan como deber pasar, y así pasarán
los años, muy lentamente para ti, antes de saber que la definición de violencia
es solo la falta de amor.
martes, 7 de mayo de 2019
Inteligencia estúpida
Dices
que eres inteligente porque sabes sumar “2 + 2”, porque sabes resolver una
ecuación matemática. Afirmas, vehementemente, que puedes encontrarle la vuelta
a cualquier situación que involucre la lógica más avanzada. La verdad es que
exiges muchas reivindicaciones por tus notas y tu academia ‒y tal vez las
merezcas‒, pero es que a la hora de resolver situaciones serias, te vuelves una
pantaleta. Ciertamente, abordas el enunciado con gracia y con soltura, mientras
tartamudeas al conversar. Argumentas con brillantez sobre las probabilidades de
un evento de la naturaleza, mientras posees una empresa depredadora de
recursos. Con rayar durante dos minutos sobre un trozo de papel, te bastará
para venir con una propuesta a largo plazo sobre alguna propuesta rentable
destinada al próximo buitre, mientras mantienes a raya, tal vez con algo de
fobia, a la solidaridad con el vecino. Desde lejos se me antoja que la llamada
inteligencia no tiene mucho qué ver con las habilidades mágicas o los malabares callejeros asombrosos, sino con el criterio
de por qué estas cosas despampanantes deberían ejecutarse en lugar y por encima
del desarrollo, la dignidad, la solidaridad y la compasión humanos. Te digo, mi
pana, que desde aquí no pareces un ser agraciado con posibilidades infinitas de
bienestar… desde aquí, solo me pareces un primate entrenado para el espectáculo.
Borregos indiferentes
Borregos
indiferentes. Ya no hacemos caso. Ya no seguimos a ciegas, como era la
tradición, como parecía ser nuestra naturaleza. Pasamos de ser obedientes, a no
importarnos nada. Y no es que nos hayamos alzado, ni mucho menos, claro que no.
No es que tomamos una decisión osada, ni nada por el estilo. Resulta que el
perro que tiene la tarea sagrada de cuidarnos, de llevarnos diariamente donde
hay alimento, seguridad, y el lobo que nos quiere sacar del rebaño, se han dado
a la tarea compulsiva de darnos señales confusas, engañosas, llegando finalmente
a lo peligroso y a lo mortal. Ahora, nos dormimos y despertamos en sitios
desconocidos, desprovistos de lo básico para seguir, en sitios que no tienen
nada que ver con nuestra ruta diaria. Ahora no sabemos qué va a pasar mañana,
pero, ¿sabes qué? No nos importa. No nos importa y hace rato comenzamos a
separarnos y a buscar el alimento y la sombra como más nos parezca. Quiero hacer
constar, por medio de la presente, que no estamos alzados o tenemos un plan
subversivo: es solo que no nos importa un carajo.
lunes, 6 de mayo de 2019
No quiero ser flaco
No quiero
ser flaco. Me veo feo. Ya lo hice una vez y me causó problemas con quienes me
veían. Perdí los pantalones, las camisas se me veían fatales y la expresión de
la gente al encontrarme era de escrutinio profundo, de delineación de mis
facciones ahora expuestas, para pasar finalmente a una mueca de lástima. La verdad
es que no me importan las mejoras del sueño, la desaparición de la hipertensión
y la recuperación del tono muscular; no importa mucho que me haya puesto al
nivel físico de cuando tenía 20 años. Lo que importa es que los demás no se me
queden viendo como si estuviesen apreciando a un enfermo, a un fantasma, a una
figura rara de pómulos prominentes y mejillas colgadizas. Lo importante de todo
es que los demás se sientan agradados con mi figura rolliza de rodillas en
peligro, con esa barriguita tan simpática y con ausencia de ánimo… todos esos
detalles que me hacen ver tan importante, tan de la buena vida, tan de postín.
sábado, 4 de mayo de 2019
Son solo detalles
Dicen que
los detalles son importantes, pero yo no sé. Suena bonito, de verdad, pero no
sé si la afirmación sea correcta. Los detalles son pequeñas cosas que al
parecer despiertan grandes sensaciones, que cuando aparecen en la mejor
oportunidad pueden ser el detonante de certezas, de tranquilidades, de fuegos
artificiales y demás especies. Pero siguen siendo pequeñas cosas, así se trate
de un gran detalle. Yo creo que los detalles, como muchas otras
manifestaciones, provienen de una fuente fundamental, primaria, verdadera, que
yace dentro de nosotros y que produce ciertas expresiones externas, como un
ramo de flores, como una caricia, como un informe bien elaborado, como una
visita. Pero son solo detalles, muestras evidentes de algo básico que no se ve
y que, al fin y al cabo, determina un estado interno más asentado. Es lo
superficial dando a conocer lo profundo, o al menos es la intención original. Es
lo superfluo en escena, tomando la batuta de cómo es que quiero que me veas, y
como todo lo superficial, puede ser una máscara para engañar a la audiencia, un
embuste para desviar la atención.
viernes, 3 de mayo de 2019
Conjugar la muerte
Yo moriré,
tú morirás, él morirá, toditos moriremos, vosotros moriréis, ellos morirán. Dicen
que hasta los niños lo saben, que todos lo sabemos. Pero desde aquí no parece
que “sepamos” un carajo. Cuando llega la muerte de alguno de nosotros, el
convocado hará el berrinche al que tiene derecho y, con el drama acorde a la
percepción de su sentencia, llegará la tristeza y se sentará a su lado por un
rato, hasta saber si es una parada interesante o es el final del recorrido. Parece
normal, parece lógico, parece necesario. Habría que ver si el paseo pareció aburrido,
pero justo a la salida, nos quejamos de lo rápido que fue y reclamamos un rato
más. Tal vez el paseo no fue tan aburrido como lo expresó el indiciado. Tal vez
durante el paseo se omitieron las atracciones especiales. Tal vez el paseo fue
desperdiciado, y ahora, como carajitos malcriados nos dimos cuenta así de
tarde. ¿Y tú? ¿Qué tal tu paseo?
jueves, 2 de mayo de 2019
La procesión va por dentro
Vi una
flor y la noté triste, como que no tenía ganas de ser flor ese día. Eché un
vistazo al pasto y lo vi sediento, casi desesperado por un poco de agua. Miré
al cielo y entre nubes grises se me antojó un día apagado, como para no salir,
como para quedarme acostado todo el día, con las cortinas cerradas. Eso ocurrió
y se repitió una y otra vez, hasta que una bofetada sorpresiva me hizo ver que era
yo quien le estaba colgando un cartelito de mierda a todo lo que veía enfrente
de mí. Era yo, dirigiendo la ficción con un enrarecido entusiasmo. Así que las
flores no están “tristes”, el pasto no está “sediento” y los días no están “apagados”.
Era yo, por supuesto, haciendo uso de mi brillante costumbre de etiquetar las
cosas y descartarlas sin comprender, sin hacer siquiera el intento de ir más
allá, con los ojos bien abiertos saber dónde estoy parado, adónde caminar. Qué
pérdida de tiempo, mi hermano.
miércoles, 1 de mayo de 2019
Papás pillados
Con la
luz del amanecer deslizándose por el balcón. En pleno acto. En plena pasión
loca. En ese exacto momento cuando parece que todo va a explotar, entró
Danielito. Nos paralizamos al instante, como si nos fuésemos desenchufado, y
con los ojos clavados en la silueta madrugada de la luz de nuestras vidas,
sentíamos cómo todo se desinflaba, cómo todos los engranajes se detenían en
medio del calor, y cómo se desprendía el humo prematuro y residual de nuestros
cuerpos en shock. Poco a poco, quienquiera que estuviese arriba, se bajó
lentamente, como serpiente avergonzada, jadeante y sin quitarle la vista al vástago
que todavía se frotaba los ojos —quién sabe si por efecto del sueño o para
confirmar la novedad—. Nuestra risa de “hola, mi amor, ¿te levantaste temprano?
Ji, ji” intentó distraer la atención de aquellos ojos ya bien abiertos y todavía
sembrados en un gesto de asombro. Si no fuese nuestro hijo, hasta pensaría que
había algo de morbo en su presencia. Unos segundos después, ya sentados y con
la cobija a media asta, tal vez se nos ocurriría la primera estupidez para
salir del enredo, por ejemplo: “tu papi y yo estábamos jugando al caballito”. Danielito,
al escuchar semejante cosa, cerraba la puerta y, justo antes de irse, sonrió y
dijo: “Yo sé qué estaban haciendo. Tranquilos, que ya tengo 17 años”. Después
del portazo, desde el pasillo, se escuchó inmediatamente: “Por cierto, ¡feliz
aniversario!”
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