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viernes, 31 de mayo de 2019

Crecer a los carajazos

Crecer. Tan lindo que suena y tanto que duele. Si crecer “normalmente”, en buen entorno, a su tiempo, a su ritmo, promete algunos ganchos de derecha al hígado, ¿qué se podría esperar de un crecimiento tormentoso, a destiempo, apurado, por la falta de herramientas de quienes tienen la honrosa tarea de orientarnos para enfrentar la vida más adelante? En nuestro descargo, pensemos que crecer a los carajazos es la compresión del regalo que implica ponernos frente a frente, precozmente y en forma intensiva, con lo que en una vida chévere ocurriría en el transcurso de varios años. Solo hay que aguantar uno que otro trauma, saltar uno que otro muro, omitir una que otra frustración de no haber vivido la inocencia en el plazo previsto por una crianza totalmente amorosa. Y así, pues, habremos aprobado, a una edad tierna, mucho antes de lo esperado, el examen de poner todo en perspectiva. Podremos, quién sabe, recostarnos a un lado del camino durante un rato, con esos boletos bien ganados y sin sobresaltos, a ver pasar los acontecimientos con una óptica fresca, limpia y en paz.

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