El agua
no parece tener problemas con nada. Parece obedecer muy bien las reglas que la
rigen y con eso le basta. El agua fomenta la vida en el planeta, no porque se
lo haya propuesto, sino porque se deja llevar por su naturaleza. El agua solo
busca correr hacia abajo. No importa lo intrincado del camino, lo inhóspito que
nos parezca, lo temerario de la acción, hará sus cálculos instantáneos y
correrá por el sendero que la lleve antes un tanto más abajo. El agua solo tiende
a correr, y cuando se estanca es porque las condiciones así lo dictan; ella no
tiene problemas con eso, así debe ser. El agua no se apega a la laguna, no se
entristece cuando debe dejarla y sigue. El agua no se acostumbra. Si se abre
una zanja, comenzará a correr de nuevo porque la gravedad es su ley. Cuando se
encuentra con una piedra en su camino, la rodea y continúa su viaje. No se
enoja con la piedra, no le reclama su posición, no se presenta como el emisario
del diluvio. A diferencia del ser humano, el agua no tiene dignidad ni orgullo
porque estos son conceptos mentales de reacción. A diferencia del agua,
nosotros nos estancamos por condiciones ficticias y nos embalamos, igualmente,
por fuerzas también ficticias, superficiales, embusteras. Tal vez no que
queramos ser tan fríos como el agua, pero más vale que vayamos tomando nota de
lo que significa buscar el equilibrio… porque nosotros, a diferencia del agua,
hemos violado todas las reglas naturales y nos hemos erigido como los destructores
del planeta.
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