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jueves, 2 de mayo de 2019
La procesión va por dentro
Vi una
flor y la noté triste, como que no tenía ganas de ser flor ese día. Eché un
vistazo al pasto y lo vi sediento, casi desesperado por un poco de agua. Miré
al cielo y entre nubes grises se me antojó un día apagado, como para no salir,
como para quedarme acostado todo el día, con las cortinas cerradas. Eso ocurrió
y se repitió una y otra vez, hasta que una bofetada sorpresiva me hizo ver que era
yo quien le estaba colgando un cartelito de mierda a todo lo que veía enfrente
de mí. Era yo, dirigiendo la ficción con un enrarecido entusiasmo. Así que las
flores no están “tristes”, el pasto no está “sediento” y los días no están “apagados”.
Era yo, por supuesto, haciendo uso de mi brillante costumbre de etiquetar las
cosas y descartarlas sin comprender, sin hacer siquiera el intento de ir más
allá, con los ojos bien abiertos saber dónde estoy parado, adónde caminar. Qué
pérdida de tiempo, mi hermano.
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