Perro viejo late echao, sentencio hoy con firmeza.
Después de decenas de años pelando la bola, equivocándome casi
intencionalmente, aprendiendo a los carajazos. Después de la dulce y confusa niñez,
de la adolescencia apasionada y combativa, de la adultez temprana que no es
adultez nada, estoy a treinta años de distancia de cualquier edad titubeante…
echao.
Echao, mirando todo el mundo reciente que pasa ante
mis ojos repetidos varias veces. Echao, viendo que a pesar de que la tecnología
avanza a paso acelerado, los seres humanos no tienen cómo aprovechar las
vivencias ancestrales para avanzar y ser mejores cada vez. Con algo de susto y
pesimismo, desde este asiento ya viejo, me parece ver que las esperanzas, las
idolatrías y los errores se repiten con exactitud pavorosa. Echao aquí, sin
embargo gozando con cierto morbo de mi facilidad para desechar lo que antes me
hacía soñar y también de disfrutar infinitamente de los detalles imperceptibles
durante mi pasado brincón. Echao, disfrutando de mi presente de corto futuro,
de cada episodio del paisaje, de esos parajes que solo ahora muestran su
capacidad de mostrar más que poses para postales. Echao, ya sintiendo que el
carapacho que me transporta y soporta no quiere caminar mucho más, exponerse
mucho más, si no es a algo de sol en las mañanas y a las estrellas en las
noches. Afortunadamente, ya no tengo miedo. Hoy, usando este sobrero que antes me
daba vergüenza y con estos zapatos que a mi nieta le daban risa, tampoco siento
el pavor de antaño en dejar ir este cuerpo. He aprendido a estar tranquilo con
la idea del fin de la vida porque ahora sí creo que, de alguna manera, seguiré
estando por aquí.
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