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domingo, 14 de abril de 2019
He perdido la inocencia
He perdido la inocencia. Ya no es como antes,
como cuando estaba chiquito y solo me dejaba llevar. Ya no se desliza el momento
en otro distinto y tal vez anotamos porsia para armar lío. Ahora es distinto, muy
distinto. Ahora resulta que uno debe cargar con las decisiones, si es que las
hubo. Ahora es de mucho observar y comenzar a destacar cada cosa por separado,
ya no como un paquete confuso y explosivo que nos conduciría a la expresión tan
sabrosa de emociones con la fuerza adolescente de lo que llevamos dentro, y a
joder de un manotazo nuestro entorno sin notarlo en el momento, solo porque era
nuestro derecho. Fíjate que ahorita no se puede decir cualquier cosa y solo
sentarse a esperar el apoyo de los tuyos; ahora hay que prepararse para la
expresión libre o no tan libre de los otros y, según dicen los de siempre,
respetar sin compartir. Ya no es tan fácil como al principio, cuando eras una
pequeña bestia que disparaba emociones, como cuando mentabas la madre a
cualquiera y batías la puerta. Ahora es algo un tanto más complejo. Ahora
parece que ya no hay salida fácil a nuestras determinaciones, complicándonos
tanto en el camino, que el rumbo sufre una reorientación sorpresiva al inicio,
pero bastante lógica en retrospectiva. Esa retrospectiva casual en un momento
se convierte en la ensambladora insospechada de nuestra experiencia y comienza
a fraguar nuestro novísimo e inesperado carácter. Resulta que ahora hay
“consideraciones”, “respeto” y “aprendizajes” que nos llevan poco a poco,
ensayo doloroso tras ensayo, a interiorizar el tamizado atropellado que soy
ahora.
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