La bomba atómica, segurito, se inventó mientras su
creador estaba sentado desalojando su cuerpo, mientras su mente tomaba nota. Claro
que la pólvora, las armas de fuego y demás implementos de matar también
debieron ser ideadas en un pequeño cubículo, sin mucho oxígeno y hediondo a
excremento humano. Pero no solo propinar castigo físico se alimentó de estas
condiciones fecales, sino algunos más grandiosos y disimulados también. La revolución
industrial y todas sus consecuencias, incluyendo sus servicios a los poderosos
y sus efectos sobre el ambiente, se bosquejarían con papel y pluma sobre las
rodillas desnudas de alguno, quien aprovechando su soledad, el silencio y su falta
de afecto, se metería de lleno en algo que al fin le daría la gloria; todo eso,
por supuesto, metido entre la peligrosa volatilidad del metano y el hidrógeno
producido por su cuerpo triste, aunque patológicamente prolífico. No cabe duda
de que cada uno de los inventos de todos los tiempos no son perjudiciales en sí
mismos, sino que necesita la acción retorcida del humano para producir daño;
pero tampoco hay que pecar de pendejos y creer que cada uno de los inventores
no conocía la naturaleza humana y las posibles consecuencias del uso de su
juguetico por parte de las “joyitas” que somos nosotros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario