Todos se quejan. Todos
juzgan. Todos quieren otra cosa distinta a esta porque esto ya no se aguanta
más. Pero resulta que “todo esto” fue confeccionado por nosotros desde hace muchos
siglos. ¿Qué cosa es lo que hay que cambiar? ¿Los árboles? ¿Los paseos? ¿El
agua con gas? Algunos malintencionados dirían que hay que cambiar al ser
humano, quien produjo tanta calamidad para el humano mismo y su ambiente. Definitivamente,
desde lejos somos ese virus que arrasa con el entorno y luego se va desplazando
para arrasar con el nuevo entorno. Los hábitos del humano, su manera de
concebir su existencia, sus ideales, han demostrado no ser coherentes con su
supervivencia a largo plazo. Pero, ¿cómo debería ser ese nuevo hombre? ¿Cómo debería concebirse este
nuevo ser, este nuevo habitante para lograr un equilibrio entre él, sus pares y
el medio que los alberga? Por supuesto, preguntarle eso a cualquiera de nosotros,
los nacidos, criados y embarrados por esta civilización moderna, podría
resultar inútil, dado que los causantes del problema no podrían resolverlo en
su mismo nivel de conciencia, como dijo Alberto. Seguro vendríamos con ideas
absurdas, ridículamente cosméticas, acerca de los ajustes necesarios para
enderezar este entuerto. Sería un necio diseñando al próximo. A mí se me antoja
que ese nuevo ser podría tener características que nosotros, defensores a
ultranza del sistema actual, no aprobaríamos porque es obvio que atentan contra
nuestro estilo de vida actual. No aprobaríamos, con seguridad, su nuevo talante
social ̶ incluyendo sus hábitos sexuales
̶ , sus nuevos hábitos familiares y alimenticios, sus nuevos hábitos
reproductivos y disciplinarios, su carácter respetuoso hacia tantos elementos a
los que nosotros ahora malogramos alegre e inconscientemente. En fin, chico,
como no nos da la gana de aprobarlo por lo raro, dañino o inmoral que nos
parece, mejor nos quedamos en este circo aniquilador que construimos tan
orgullosamente, total, planetas sobran.
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