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jueves, 4 de abril de 2019
La vida es buena... a pesar de ti.
Si se cree que la vida
tiene un propósito, la vida es buena. Pero claro, no con un “buena” rosadito, pendejo,
de que me cumpla mis caprichos, de ser mejor que los demás, de tener poder más
allá que sobre usted mismo. Más bien con un “buena” que implique “necesario”, “consciente”,
“integral”. Por supuesto, vivir en una ciudad que aparte está en harta crisis
coloca estos conceptos en un nivel ridículo de perspectiva y casi inevitable
pensar que la vida es solo esto; pero si vivimos la vida sin tratar de entender
de qué se trata realmente, resistiéndonos a lo que ya es como es, no dejaremos
de sorprendernos con los inconvenientes que aparezcan o de encandilarnos emocionados
con luces y espejitos; no dejaremos de quejarnos de los demás ni de presumir de
la maravilla con mala suerte que somos. Hemos disminuido tanto el sentido de lo
afectivo, de lo intuitivo, de lo amoroso, para someternos, a veces muy placenteramente,
a los designios de la mente, ese espectacular obrero que se convirtió en jefe. Si
por una pequeña pantalla nos mostraran de qué se trata la existencia antes de
nacer y nos dejaran interiorizar que la vida tiene placer, dolor, crisis y equilibrio,
tal vez caminaríamos por estas calles con menos expectativas fantasiosas, con
menos escudos protectores, bien preparados para actuar ante una situación
compleja sin juicios ni prejuicios, confiando en que todo fluye y se resuelve
de una manera u otra, sin drama, sin gritería, solo con unos buenos ojos y
pecho abiertos. Pero no, no lo hacemos; tampoco quienes detentan el poder de
las pantallas y las páginas ayudan en eso de hacer que caminemos hacia la
conciencia, hacia lo que fluye naturalmente hacia su resolución. Por el
contrario, toda la vida parece ser un comercial de pólizas de vida, en la que debe
hacerse un gran esfuerzo para asegurar que las cosas salgan como queremos,
acumulando dinero, objetos, amigos, elogios, miedos, para luego sí, ser felices. Somos androides sicópatas
muy bien hipnotizados durante años, que sin mediar palabra, cerramos los oídos
y seguimos defendiendo sin pausa y a ultranza a nuestro malvado amo invisible. La
vida parece llamada a ser una caricatura de la mente sobre qué tan emocionado
puedo estar y no qué tan integrado estoy al momento presente como lo único que
existe, en lugar de pelear con lo que pasó o con lo que pasará y, aunque
parezca el mismo taquititaqui de
siempre, la vaina parece ser verdad.
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