Mi
ego. Mi titiritero. Quien ordena. Yo, un simple esclavo de sus requerimientos. Yo,
un prófugo ocasional de sus deseos. Mi ego necesita reconocimiento de la
academia, apapachos de la audiencia, espaldarazos de las estructuras sociales. Por
eso, mi señor me hace engullir cantidades ingentes de recetas, de procedimientos,
de deberías. La multitud que mira
está esperando de mí lo máximo, el gesto condescendiente, el esfuerzo ciego y
permanente. En la noche, en el silencio que otorga el cansancio ante tanta
sandez, mi ego se queda dormido y es en ese momento cuando abro mis ojos y puedo
sentirme como soy en realidad, en libertad. El perro guardián está amarrado a
la soledad de esta hora, cuando nadie husmea, cuando no debo ser mejor que el
otro. En este breve y afortunado paréntesis, no me importa nadie más que yo
mismo. Es en este instante cuando reclamo mi espacio para la paz, mi
desprendimiento de los objetos desechables. Es ahora cuando ejerzo mi reclamo a
ser yo mismo, a pesar de los temores que aparezcan. Estoy dispuesto a afrontar
mi responsabilidad y mis dilemas como esclavo recién liberado, que está lejos
de lograr su independencia.
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