Yo la miraba mientras ella me
manifestaba sus afectos. Miraba su boca concescendiente, articulando
cada palabra hábil y desprendidamente. Cada esquince de sus mejillas
sacaban de su interior cada sentimiento traducido en graciosos
sonidos, en divinas caricias. Su aliento de perfume transportaba la
tibia vibración que hipnotizaba a este cautivo casi involuntario.
Debo confesarte que esta última vez no entendí tus palabras, pero
asimismo debo garatizarte que el mensaje llegó igualmente.
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