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viernes, 25 de mayo de 2012

En medio del salón

En medio del salón, como invitado de no me acuerdo quién, y con la intención de sacar el clavo, agrieté la multitud. Un trago picante en la mano, un ritmo asincopado de claves y congas que hacían virar la mirada a la banda. Me hice de un banco en la barra y decidí quedarme allí, a sentir desde lejos. Un bolero, dos tragos y tú. Apareciste como un remolino vestido de negro, entre quienes te rodeaban y te coreaban alguna estrofa atrevida, ante la que abrías tus preciosos ojos oscuros con esa picardía criminal. Pasaban las canciones, tornándose la ocasión en una fiesta desatada, entre contorsiones serpentinas de las damas de torso humedecido por el calor del lugar. Algo narcotizado, no sé si por el ron o por mi visión de ti, ahí, no muy lejos, comencé a sonreír para de alguna manera caprichosa hacer mover tu cintura, como hasta hace un rato. Te guiñaba los ojos como halando tus hombros sueltos, ligeros, y que derramaban la coquetería esquinzada que me mantenía atento ante el acontecimiento que habías llegado a ser. Sobrevino otro bolero y el cantante, visiblemente en reposo, secaba su frente mientras acometía la nostalgia de otras épocas. Fue ahí cuando clavé mi mirada en tu rostro súbita, sorpresivamente entristecido. No pude evitar fantasear. Dejando el vaso, no quise dejar de pensar que estarías compungida por culpa de un tipo como yo, uno que cometió el error de liberar ese portento de mujer que se apreciaba desde esta oscuridad. Tuve el impulso de acercarme y preguntar cualquier tontería creadora de circunstancias, pero como siempre, pronto perdí el valor. Y entre mi cobardía recurrente y el nuevo cambio de clave, me alejé dejando unos billetes debajo del vaso medio lleno, y una absurda autocompasión en esa extraña, pero encantadora  taguara, a la que no garantizo dejar de, en adelante, asistir con frecuencia irresponsable.

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