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sábado, 26 de mayo de 2012

Allá rodaste


Creíste que por sólo ser linda, algo inteligente y atrevida, me tendrías fácilmente. Pensaste que era yo más cabeza hueca de lo que realmente soy, y que con chasquear los dedos acudiría, incondicionalmente, al llamado. Se te ocurrió, tal vez por este semblante, que tenías necesidades urgentes con las cuales sacarías ventajas. Pero no, mi estimada. No es así y rodaste amplia y estruendosamente. De repente estabas ahí, tratando de disparar un cañón sin pólvora, una lanza de punta torcida, un petardo sin voz. Después de quedar extenuada de hacer bastantes maromas, como que al fin te fuiste dando cuenta de la verdadera magnitud de tu dificultad. Fue entonces cuando te acercaste, acomodando tu pelo por tanto brinco, arreglando tu cinturón por tanta contorsión, y comenzaste a hacer las preguntas que debiste ensayar al principio. Pero nada, chica; no estuve ni cerca de atenderte, ¡y menos! después de ese circo que montaste. Lo siento, pero no estoy interesado.

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