Creíste
que por sólo ser linda, algo inteligente y atrevida, me tendrías fácilmente. Pensaste
que era yo más cabeza hueca de lo que realmente soy, y que con chasquear los
dedos acudiría, incondicionalmente, al llamado. Se te ocurrió, tal vez por este
semblante, que tenías necesidades urgentes con las cuales sacarías ventajas. Pero
no, mi estimada. No es así y rodaste amplia y estruendosamente. De repente
estabas ahí, tratando de disparar un cañón sin pólvora, una lanza de punta torcida,
un petardo sin voz. Después de quedar extenuada de hacer bastantes maromas,
como que al fin te fuiste dando cuenta de la verdadera magnitud de tu dificultad. Fue entonces cuando te acercaste, acomodando tu pelo por tanto
brinco, arreglando tu cinturón por tanta contorsión, y comenzaste a hacer las
preguntas que debiste ensayar al principio. Pero nada, chica; no estuve ni
cerca de atenderte, ¡y menos! después de ese circo que montaste. Lo siento,
pero no estoy interesado.
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