Una
nube gira hasta darme la
espalda. La lluvia, muy lentamente, deja de caer sobre mí.
Mis pasos por este paraje húmedo, de verdes que gotean, van mojando mis zapatos
y se hacen más pesados cada vez. Me siento en un banco vestido de agua reposada
y no siento frío, no siento mayor molestia. El barro en mis pantalones y los
rasguños en mi piel descubierta dicen de mi jornada, del reciente y
desalentador viaje que termina e este asiento. Mi respiración no está alterada;
más bien luce desganada y sin mucho horizonte. No sé en qué parte de mi camino
estoy, pero el peso de mis ropas especula que debe ser el final… del camino…
del mío propio. Mis párpados sólo ven la mitad de las cosas, y, por cierto, la
mitad más oscura, la mitad inferior. No hay cabellos, no hay frescura. No hay
palmadas en la espalda, no hay gratitud en la recepción. Llegar
no fue bueno. Volver no fue bueno.
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