Él no es él. Él es el mandadero del
otro. El otro no manda, realmente, sino que obedece, a su vez, a otro
más. Ella no es ella, sino la mandadera de la otra. La otra, claro,
no se gobierna, sino que trabaja en favor de otra más. Todos parecen
ser agentes, lacayos de alguien muy distinto de su propia conciencia.
Todos entran en escena con bombos y platillos, con un afiche gigante
a sus espaldas, esgrimiendo criterios mandados a decir, a hacer
sentir. Todos se cuelgan del podio con desparpajo y fingida pasión a
sabotear ideas, a hacer creer, a meter saña. Y en una madeja de
despistes, de fintas y verdades tildadas de imposibles, nada de lo
que parece, es. Así que, mi amigo, discúlpame, pero por ahora no
puedo creer lo que me dices con tal vehemencia sin pesar que eres
otro agente, otro mandadero en busca de almas ingenuas.
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