Descubrí que pronunciar “4” te
enojaba y me frustré un poco, porque era lo que quería decirte. Una
vez, por accidente, dije “2+2”, y ante el temor de haberla
embarrado, te miré de reojo esperando la represalia. Con sorpresa vi
que no fue así, que más bien estabas agradada, algo contenta. Ante
esta manera de reaccionar, probé con un “8/2”, y con más
confianza, te vi carcajear sin empacho. Después de intentar con “4”
y recibir la bofetada, comencé a hacer malabares
con “16/4” y me aceptaste de nuevo. Decir lo mismo, pero de
distinto modo, de uno que fuese más acorde con lo que esperabas de
mi, me hizo comprender lo importante del estuche. De allí en
adelante, te desfilaba y obsequiaba con “6-2”, “raíz cuadrada
de 4”, e incluso con “4+0”. Desplegando infinitos modos,
incluso coqueteando con lo prohibido, nunca repetí la fórmula exacta
para que me armaras un peo.
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