Ya más nunca seré
yo, el de siempre, el que fue a diario. Moriré y ya entre velas
comenzaré a crecer en el discurso, en las mentes, en el imaginario
colectivo. Moriré y comenzaré a tener fama por cuestiones distintas
a lo que fui. Mi sabiduría crecerá en los labios de los conocidos,
de los que escucharon mi retórica. Comenzaré a ser un sabio apenas
deje de respirar. Con la tibieza de mi cuerpo residual, se irá mi
cotidianidad humana y me elevaré entre los vivos; comenzarán,
inevitablemente, los mitos urbanos acerca de lo que signifiqué para
mi entorno, de lo bueno que fui, de lo buen hijo, buen padre y buen
marido que fui (con todas), para luego volar entre la neblina
citadina. Todos comentarán mi presencia fantasmal entre ellos,
recordando anécdotas exageradas e inventadas para animar el momento
y hacerse buenos amigos. Contarán, algunos, que llegaron a darme la
mano, y no faltará quien ponga mi foto en un altar de solicitudes
desesperadas.
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