Se me otorgó algo que
para muchos sería insólito, pero así fue. Un poder (divino, bancario,
mercantil) me citó y me dijo que, en adelante, podría tener la riqueza material
que deseara, pero sin manipular dinero. Podría yo, entonces, adquirir objetos y
artefactos con sólo pedirlo. Podría viajar adonde se me antojara sin ninguna
dificultad de acceso. En fin, lo único que no podría hacer sería acumular
dinero en ninguna de sus formas. Con los ojos muy abiertos y mi boca salivando,
por supuesto que acepté; me ahorraría todo eso de usar los bolsillos o la
billetera para albergar pacas o tarjetas de uso recurrente, tedioso. Pero al
pasar el tiempo, luego de satisfacer los primeros caprichos y hacerme de mis
juguetes preferidos, apareció un síndrome que todavía estoy tratando de
establecer. A pesar de que, con chasquear los dedos puedo obtener casi cualquier cosa sin tener el dinero en la
mano, no me produce la misma satisfacción. Sin una docena de billetes en mi
bolsillo para sacar y mostrar, no es lo mismo. Sin una cuenta bancaria con qué
compararme con el prójimo y demostrarle que tengo más, no siento el mismo agrado.
Voy a sitios, me encuentro con gente, hablo con chicas, pero no puedo ostentar
mi poder mágicamente obtenido, y echarle en cara a nadie el origen o la
naturaleza de ese tesoro. Ellos me miran con suspicacia. Ellos no creen,
siquiera, que yo lo merezca. Ellos saben que nunca obtendrán nada de mí por el
modo como manejo mis posibilidades materiales: nunca verán un billete mío en
sus manos ni una transferencia de mi parte en sus cuentas. Ellos, en dos
platos, se alejan y me aíslan en medio de un poder que fue confeccionado para
mi ego… pero como sabemos, el ego necesita audiencia, y de eso no tengo en este
momento.
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