Crecí con mis gramos de violencia en
la sangre, mientras la recogía del ambiente, con los sentidos,
inexorablemente. Hubo aprendizaje. Hubo práctica. Afortunadamente, pasó el tiempo y
la razón vino a desplazar a la violencia de mis pensamientos, de mis
actos, instaurándose como el modus vivendi del nuevo ser. Sin
embargo, y muy a pesar del nuevo ser, cenizas quedan. El brío que ha
sobrevivido en las rendijas, en la oscuridad, se niega a extinguirse.
Sus motivos no desaparecen, permanecen agazapados, esperando los
momentos en los que pueda salir y declarar su existencia rebelde,
definitiva. Es así, pues, como voy por la calle, en la oficina, en
lo foros, en la academia, con una muy pretendida pose de intelectual, de espiritualidad y
búsqueda interna, trascendental, mientras por dentro, de vez en
cuandito, me dan ganas de ahorcar a ese desgraciado, ¡de desaparecerlo de este mundo!
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