No hay conciencia del otro. Nadie más
existe en esta ciudad, en el planeta. Todos ustedes son accesorios
del mundo que debe rodearme. Iré entre los pasillos, sin frenar los
codazos que tenga a bien clavar en tus costillas. Recorreré los
vehículos de la avenida, trenes y aviones, y me apoderaré de mi
espacio y del tuyo, si me dejas, si no te quejas. Mi derecho, tu
derecho: cuanto viejo y falaz. Lo que existe son mis cosas y por
ellas velaré, me desvelaré. Que cada cabeza es un mundo es un
decir, porque el mundo lo tengo yo... y si no lo tengo, lo tendré
pronto. Así que si me ves caminando por la calle, apártate; si me
escuchas diciendo algo, no interrumpas; si me notas avanzando en lo
mío, no obstaculices. No hay conciencia del otro, ¿y no sabes por
qué? porque no hay otro.
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