La limosna dada a un desafortunado
ocasional te dará la entrada al cielo. Ser benefactor de minucias
apreciadas por quienes con menos cuentan, sin siquiera mirarlos a los
ojos, igual te henchirá el pecho y sabrás que eres buena gente. Con
tu semblante en modo coctel pasarás por la fila de manos extendidas
y las regarás con monedas y pelusa que sacarás de tu bolsillo. Tu
redención habrá llegado cada día, y la petulancia te haga sonreír
cuando tú sí des y el de al lado no. De resto, podrás dedicarte a
la indiferencia planificada, a no estar cuando se te necesita, a
infringir cualquier ley o principio que se te antoje, total: ya diste
limosna.
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