Pasan las horas y una extraña
ansiedad me arropa. Puedo reír, puedo gritar y puedo alegrarme, pero persiste
ese manto que respira un poco más rápido que yo. Los días pasan, la vida sigue,
pero a un ritmo diferente. Se espera el paso rápido de los días que restan. Se
trata de saltar muy rápido sobre algunas experiencias menos importantes. El
sueño parece buena manera de asesinar a mi meticuloso y gentil asesino. La
contemplación es maestra al llevarme fantasmalmente a tu lado y reparar el
daño. Sin hipótesis, sin teorías, sin burdos despliegues de imaginación, el
sonido de los segundos sigue a paso lento, seguro, martirizador. Sonidos,
colores, sabores extraños me quieren distraer, sonsacar, borrar la mente y
darme “mejor vida”, pero yo no la
quiero. De alguna morbosa manera quiero sufrir, si sufrir es
por ti; si sufrir es la esperanza de que aparezcas. El silencio quema los
minutos. El viento parece llevarte en sus brazos y producirme envidia. La
lejanía te nombra, te muestra, te lleva.
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