Quise herirte con urgencia. Quise
herirte, claro, para cobrar el daño. Me propuse herirte, pero con una
ofensa comedida, curable, que permitiera el perdón a futuro. Quise hacerte mal
de una manera quirúrgica, de mano izquierda, perfecta. Pero me
sobrepasé y te causé una desgracia imborrable. Me excedí en la
fuerza y la naturaleza y te dejé postrada, sumergida en el dolor, en
el odio que planeé temporal. Veo tus ojos sin brillo y sé que no
hay solución, reintento posible, esperanza alguna. Poco a poco, al pasar de
las horas, de los días, he sido yo quien me descubro en un charco de
manufactura propia, en una flamante calamidad fabricada por mi
consabida estupidez.
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