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martes, 1 de mayo de 2012

Cayó el fruto


¿Cuánto dura el fruto del esfuerzo original, el envión que creó todo este bienestar? ¿Cuándo se vence la convicción de que se hace lo correcto, de lo que debe prolongarse en el tiempo? Todo era para que mis hijos tuviesen lo que yo no tuve, y nada detuviese el impulso natural de avanzar. Pero los veo, en medio de la buena intención, del orgullo del logo de sus padres, coquetear con la parálisis; los veo de lejos, con impotencia, sumergirse en la tentación del despilfarro. Lo tuvieron todo, coño, y ahora lo dejan gotear sin dolor alguno, con la seguridad ligera de que nunca se acabará. Pero no podría esperar más; ellos crecieron sin la espada ni la pared. No podría forzarlos, transfundirles mis dolores, mis necesidades, mis experiencias para que continúen con este formidable producto de toda una vida… mi vida. No hubo para ellos ni el hambre ni el frío que hace despertar y estar alerta. Tal vez sus hijos tampoco los tengan. Por ahora, estoy seguro de que alguien debe pagar por todo este desastre, y se me ocurren, sin duda, esas decenas de rostros que permanecen allá abajo, en eterna carrera, transpirados de paciencia, hipnotizados por su bozal invisible.

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