Todos
buscamos el equilibrio. No importa lo enredado, no importa que parezca lo contrario. Somos el resultado de las fuerzas que contienden en nuestro interior y nos empujan, como aritmética fatal, a actuar como actuamos, a desear como deseamos. No importa quiénes o cómo, de alguna manera actuamos
para encontrar ese balance que perdimos hace mucho a manos de quienes nos
amaron primero. No importa si con conciencia o sin ella, no importa si
laboriosa y sutilmente o a los carajazos, buscan el equilibrio el monje, el
drogadicto; el miserable y el acomodado; el preso y el maestro; el bebé y el anciano;
el corrupto y el funcionario —cuando no fuesen o mismo—; el que ora y el que
maldice. El equilibrio vendría siendo ese estado promedio que nos ayuda a vivir
otro día más sin ceder ante la desesperación, ante el agobio, ante el descalabro
que resulta evidente y grosero en estos días de decepciones y desesperanzas. Buscar
el centro para no irse por el barranco se presenta como la única manera de capear
el temporal y ninguno escapamos de eso. La manera como lo hagamos podría darnos
la paz, un premio Nobel o mandarnos a la cárcel, el hospital o el cementerio. Lamentablemente,
solo pocos lo logran. Desafortunadamente, las herramientas para pendular hacia
el otro lado están en escasez. Lapidariamente, quienes si no consigues
encontrar las válvulas para dejar salir tus tormentas, lo pagarás con desinfles
y explosiones esporádicas que embarrarán al otro, al que te quiere y te
acompaña en esta época. Así que… mosca cómo es que buscas tu equilibrio.
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