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viernes, 22 de noviembre de 2019

Química que apesta a muerte

Siento bullir las toxinas en mi cuerpo. Siento revolverse la calma de mis vísceras y convertirse en caos. No tardan en asistir a este aquelarre del fracaso, el dolor, el entumecimiento, el mareo. En medio de mi rutina cotidiana de mejorar, de superarme, de superar a otros, de superar a la vida misma, llegó la visita que me contaban inexorable. Sumido entre los planes, los mapas del tesoro, los álbumes de fracaso, me agarró este retortijón de tripas que me grita en la cara que ya basta, que no se puede más, que deje de hacer lo que estoy haciendo y me recueste, al fin, en el espaldar. No demora mucho en aparecer cierto hormigueo en las manos, el conocido desmayo parcial que tan bien sé disimular, el palpitar de las arterias hartas de tanta exigencia. Siento el desfile de porquerías por la sangre, la amargura en el tubo digestivo, el temblor en las manos y la parálisis ante la tarea pendiente del momento. Justamente hoy, que tenía esta entrega importante; justamente hoy, que se abre una puerta al bienestar soñado, siento que mi cuerpo se fríe en su propio sudor. 

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