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martes, 26 de noviembre de 2019

Debilitar los estímulos

No tenemos que resistir estoicamente cada respuesta inesperada o indeseada del entorno. No tenemos que forcejear y ni coquetear con la frustración cada vez que no entendamos algo que ocurrió. Se va tornando algo cansona, aunque increíblemente imperceptible, toda esa serie de bofetadas que recibimos del exterior una y otra vez. Dicen que la fortaleza está en levantarse cada vez que uno cae —y suena bonito—, pero ¿para qué caerse tanto? ¿Para qué hacerse el héroe, el que se las sabrá todas después de las contusiones? ¿Para qué centrar la atención en cada evento que no depende de nosotros? “No sé” puede ser una respuesta válida. La incertidumbre no juega en contra, sino a favor. No hay nada escrito, a menos que tú mismo quieras escribir una tragicomedia solo para ir y contarla a tu círculo de aplaudidores desinteresados. ¿Para qué traerse por las greñas cada piedrita del camino y armar una historia de terror? Creo que exageras. Creo que te gusta la vaina. Creo que debes ocuparte en ti como no te habías ocupado antes; así verás que tienes mucho por escudriñar, por descubrir, por entender, por gozar, en lugar de estar buscando pichaches efímeros que te hagan sentir vivo. Si me lo permites, déjame ayudarte a no luchar contra los monstruos, sino a desenchufarlos. Al final del camino, segurito, encontrarás unos anteojos más limpios para ver mejor hacia afuera también… después me cuentas.

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