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lunes, 16 de diciembre de 2019

Me enamoré de un rol, versión yo

Me enamoré de un rol. Me enamoré de solo una parte de mí. Me enamoré de ese retazo que cultivé hasta llegar a la perfección. Cuando estoy en esa parcela irrepetible, no hay nada que me pueda perturbar. Soy el amo de esos lares, de esos dominios, y mi bandera está clavada allí para que sepan que no deben meterse con eso. El problema sobreviene cuando debo salir de este entorno de ejecución inmaculada al exterior, a la vida normal. Una vez terminada la labor y ser arrojado al mundo de la incertidumbre con el que todos están acostumbrados a lidiar, me convierto en un ser discapacitado. Tengo dificultad para conversar, para compartir. Me paraliza una solicitud de colaboración, y más todavía de convivencia. No entiendo los códigos de quienes pasan por mi lado comentando su día, expresando sus sueños, sus dolores. Mi comprensión sobre el otro es nula. El intercambio entre los demás me produce tal parálisis, tal repulsa, que el miedo me hace quitar la mirada, manotear y salir corriendo hasta llegar a mi casa, mi otro refugio. Así que permanezco adicto a mi rol, ese triunfador y aislado del que les hablaba anteriormente; y aunque asumo que debo buscar ayuda para ajustarme a lo que llaman “cotidianidad” o “empatía”, trataré en lo posible, como un niño malcriado, de encerrarme el mayor tiempo que pueda en mi hueco de salvación.

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