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martes, 5 de noviembre de 2019
Sin sacrificios, por favor
Por
alguna extraña razón, no me gustan los
sacrificios, aunque debería; es la forma usada. Aun así, nunca he tragado con
agrado ese tan popular recurso. Nunca me ha gustado dejar de vivir para vivir luego,
un “luego” que no se sabe si llegará algún día o si estaremos en capacidad de
detectarlo o darle la bienvenida. Engañoso, eso de sacrificarse; y es que me da
la impresión de que cuando uno comienza a usar este truquito, a veces logra el
objetivo y corre el peligro de que se convierta en el instrumento elegido para
el avance. Detener el flujo de las propias aguas se va erigiendo como el mecanismo
indiscutible a utilizar en el camino, creando baches prolongados, vacíos insoportables
mientras llega lo de cumplir el sueño, el objetivo trazado, el nuevo punto de
llegada. Se corre el riesgo de ser la versión moderna de eso que mientan “alguien
sacrificado”, eso que va dejando escurrir cierta amargura por haber vendido unas
partes de la existencia para conseguir otras, y eso, quiérase o no se quiera,
se admita o no se admita, va a cobrar sus tributos de violencia, de despojo, de
desolación cuando llegue el silencio. Lo que queda, para siempre, es jugar con
la rentabilidad de los logros, de eso que se pudo conseguir a costa de un momento
del pasado en el que necesitamos algo y nos dedicamos a otra cosa que
consideramos de mayor importancia para después… una y otra vez.
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