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sábado, 28 de diciembre de 2019

Papá: Estás quedado

Papá, estás quedado. En medio de tu letargo disfrazado de sabiduría, crees muy seriamente que dominas el entorno en el que estoy creciendo… no es así. En el poco tiempo en el que miras hacia donde estoy, vienes, haces alguna pregunta de chequeo y ante cualquiera de las respuestas prehechas que te propino, me acaricias la cabeza con autocomplacencia y te alejas de nuevo a tus espacios preferidos en los que los demás te escuchan con atención, en esas parcelas en que recibes admiración incondicional. Te veo −de lejos, claro− y tus luchas, tus sueños, parecen avanzar satisfactoriamente mientras siento que te alejas poco a poco de mis necesidades, de mis gustos, de mis rumbos. La tristeza eventualmente aparece, pero estoy por aceptar que lo que me une es este amor grandote e inevitable y no tu capacidad de guiarme, de orientarme en medio de mis confusiones, mis disyuntivas, mis cuestionamientos. Ya se me hace tan evidente que debo ver por mi lado cómo voy solucionando mis problemas, que no voy ya a tratar de llamar tu atención. Mirando alrededor y con algo de introspección, creo que ya he comenzado a tejer el comienzo de mi vida futura. Tal vez no te necesito tanto, aunque no ha habido placer ni orgullo en admitirlo. Del héroe que alguna vez fuiste; del tipo que todo lo podía responder; del ídolo que alguna vez esperé cada día a que me sentara en su regazo y me prodigara mimos y besitos, pasaste a ser solo mi viejo papá, con sus achaques, con sus mañas, con sus viejas creencias y maneras. Me disculparás, viejo, pero de tantas cosas que sentía por ti, solo me queda el amor grandote. Igual no temas, mi querido viejo, que igual te cuidaré.

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