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viernes, 1 de noviembre de 2019

He entrado al paraíso


He acariciado la paz durante segundos, tal vez minutos. He mordido muy poco de eso que sospechaba que existía, pero que el ruido y las imágenes confusas de mi mente no me han permitido disfrutar. Es una especie de parálisis inducida por un dictador imaginario que no deja liberarme del pasado, del futuro, de las facturas, de los compromisos, del qué dirán. Como un prisionero ordinario, al tratar de escapar de la pequeña celda al gran paisaje, siento el llamado de la autoridad a cargo y soy halado de nuevo a los trabajos forzados a los que estoy asignado y que una vez elegí como medio de vida, de presunta estabilidad. Pero siempre recuerdo esos pequeños instantes en los que me sentí pleno, expandido, en un espacio que se hizo inmenso y que, como elevado por una mano muy grande y benevolente, me dejó ver todo desde arriba. Todo aparecía muy claro y sencillo ante mi vista. Por ese lapso maravilloso, no sentí problemas, no sentí deudas, no sentí pendientes; sentí que esas dificultades cotidianas eran una tontería que se podía resolver con acallar la voz fastidiosa –y por los momentos, ausente− que tenía como oficio permanente lamentar y preocuparse. Quiero ir de nuevo a ese sitio, a ese momento en el que la vida “vale la pena” totalmente. Quiero volver… quiero quedarme.

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