Ser padre
ahora. Perder el primer round obligado contra las pantallas y sus mensajes
destructivos. Ser agarrado fuera de base por las influencias sociales que
tienen un pie dentro de tu casa. Lidiar contra el peso de tu propia crianza y
tratar de embutirle las maneras de hace unos treinta años. Bajar las defensas y
la dignidad ante el temor del abandono futuro de parte tu única razón para
vivir. Creer en el tiempo infinito para hacer “entrar en el carril” a la
criatura ya grande, en medio de intentos ingenuos, lentos, insustanciales. Fomentar,
sin saber, la tiranía de quien no vio en ti sino un proveedor sin compromisos a
cambio. Mostrar ilusamente la moral de las banderas apasionadas del bien y el
mal sin los matices ni las consideraciones del caso. Sembrar con ojos ciegos el
trauma futuro y el perdón que tardará en llegar. Vaya empresa.
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