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lunes, 30 de diciembre de 2019
Tu extraña comprensión del tiempo
Entonces
me estás diciendo que el tiempo es fijo, inamovible de tu comprensión; que las
duraciones se pueden medir con el aparatico ese que llevas ahí. Te encerraste
en tu cuartico sordo y afirmas vehementemente que no hay nada nuevo qué
entender sobre el paso del tiempo, de lo importante que es, de lo
imprescindible que resulta en nuestras vidas. Me manoteas mientras afirmas que
tu día son ochenta y seis mil cuatrocientos tictacs que hay que rellenar para cumplir.
Planificas arduamente para hacer las cosas el día adecuado a la hora precisa,
“porque si no, todo se daña”. Y después de toda esa cantaleta sobre precisión y
oportunidad, se te pierden los ojos involuntariamente y me dices pensativo que
cuando te descubres en algún momento sublime, amoroso, gozoso, “se te pasó el
tiempo rápido”, o que cuando estás en una tarea tediosa, en medio de una
angustia o incertidumbre, todo ocurre “como más lento”. Regresas luego al ahora
solo para mirar el reloj y asegurarte de que vas encaminado, de que todo está
bajo control; pero tus extraños temblores me dicen otra cosa. Intentas agarrar
tus sueños, tus expectativas más trascendentales, tus mejores momentos y
embutirlos en las gavetas displicentes, frías y burlonas del tiempo. Conviertes
una comida deliciosa en “media hora para comer”. Le quitas las dimensiones
reales a todo y lo aplanas para meterlo en la máquina de medir a ver si puedes,
si te alcanza. La verdad, me parece un tributo absurdo. Me parece, de hecho,
una extraña religión.
No sé si gritarlo o seguir callando
No
sé si parar el tránsito, subirme a un muro y gritar mis verdades relativas, mis
puntos inconclusos de honor… o quedarme calladito, imperceptible a la multitud y
seguir tejiendo mis asuntos para, más adelante, sí, lanzar al mundo mi
manifiesto definitivo e irrefutable. No sé si sea oportuno alborotar ahora
mismo a todo el que pueda convertirse en mi adversario y prevenirlo sobre mis
cosas. No sé si resulte todo como lo deseo si parte de mis oficios es regarlo,
explicarlo, establecerlo. No sé si restregar al otro en la cara con una
disertación altisonante vaya a ser lo que otorgue el poder y la credibilidad a
mi proyecto. Pero chico, sobre todo, más allá de cualquier consideración
secundaria, no sé si darlo a conocer por miedo a que algún transeúnte del
argumento me visite y derrumbe fácilmente toda esta construcción precaria que
por ahora me emociona tanto, y me niegue así la oportunidad de defenderme como
es debido.
El facilitador indetectable
Eres
el facilitador indetectable, ese que motiva con una frase, con una pregunta, y
se marcha dejando la semilla, la inquietud agazapada que luego tomará la forma
de un acontecimiento. Eres simple y agradable para la conversa, pero te
conviertes en algo imperceptiblemente necesario; eres alguien con una especie
de misión, pero hasta ahora nadie, tal vez tú incluido, sabe cuál es. Eres
alguien que rompió el cascarón, y al contrario del flujo usual del mundo,
despertó a otro tipo de experiencias, de comprensiones, de realidades. Eres
alguien que en algún momento se alivió sabiendo que el gozo no tiene
maquillaje, no tiene etiquetas, no tiene sobresaltos; que la risa está sobreestimada
y solo alterna con el sufrimiento en estos ciclos efímeros que sirven solo para
prorrogar esto de respirar sin vivir. No conozco tu pasado, pero no aparentas
tenerlo. Eres presencia ligera, llevadera, tranquilizante. Afortunadamente, tu
paso por mi lado es breve… así no tengo tiempo de ubicarte en mi odioso
catálogo de gente rara o peligrosa.
sábado, 28 de diciembre de 2019
Papá: Estás quedado
Papá,
estás quedado. En medio de tu letargo disfrazado de sabiduría, crees muy
seriamente que dominas el entorno en el que estoy creciendo… no es así. En el
poco tiempo en el que miras hacia donde estoy, vienes, haces alguna pregunta de
chequeo y ante cualquiera de las respuestas prehechas que te propino, me
acaricias la cabeza con autocomplacencia y te alejas de nuevo a tus espacios
preferidos en los que los demás te escuchan con atención, en esas parcelas en
que recibes admiración incondicional. Te veo −de lejos, claro− y tus luchas, tus
sueños, parecen avanzar satisfactoriamente mientras siento que te alejas poco a
poco de mis necesidades, de mis gustos, de mis rumbos. La tristeza
eventualmente aparece, pero estoy por aceptar que lo que me une es este amor
grandote e inevitable y no tu capacidad de guiarme, de orientarme en medio de
mis confusiones, mis disyuntivas, mis cuestionamientos. Ya se me hace tan
evidente que debo ver por mi lado cómo voy solucionando mis problemas, que no
voy ya a tratar de llamar tu atención. Mirando alrededor y con algo de introspección,
creo que ya he comenzado a tejer el comienzo de mi vida futura. Tal vez no te
necesito tanto, aunque no ha habido placer ni orgullo en admitirlo. Del héroe
que alguna vez fuiste; del tipo que todo lo podía responder; del ídolo que
alguna vez esperé cada día a que me sentara en su regazo y me prodigara mimos y
besitos, pasaste a ser solo mi viejo papá, con sus achaques, con sus mañas, con
sus viejas creencias y maneras. Me disculparás, viejo, pero de tantas cosas que
sentía por ti, solo me queda el amor grandote. Igual no temas, mi querido
viejo, que igual te cuidaré.
lunes, 23 de diciembre de 2019
¿Cómo entender la espiritualidad?
¿Cómo
entender la espiritualidad? ¿Cómo meterse a entender ese fantasma de comiquitas
que siempre nos mostraron como algo divertido, siniestro o destructivo? ¿Cómo
abrir una puerta hacia algo que desconocemos, pero que no nos resulta tan
descabellado a medida que se desvela? ¿Cómo entender algo profundo y vital,
pero bajo una luz y una lente comprada con dinero? Tal vez alguien se robó la
espiritualidad y la quiso secuestrar en alguna mazmorra —como ocurrió con los
libros— para mantener encerrada lo que luego resultó ser solo una caricatura
que todavía sigue saliendo en suplementos y películas, sin conversa ni debate, lejos
de la luz del sol. Es como un miedito que el señor de los cañones le tiene al
despertar de la gente. Entonces, ¿cómo bajar la palabra “espíritu” del pedestal
de mármol, sacarla de la penumbra y colocarla al nivel de la palabra “conciencia”?
Tal vez descubrimos al final que no era un fantasma, sino el mismísimo
despertar de un malo y prolongado sueño que solo sirvió para consumirnos a merced
de la inconciencia.
¿Y tú eres médico?
¿No han
tenido un jefe que ante una situación de salud de un familiar o un amigo, en la
cual uno se encarga de resguardar la seguridad de la persona afectada y esto hace
que el horario de trabajo se haya visto afectado, te dicen “¿Y acaso tú eres
médico?”? De verdad es que esta gentecita que es capaz de anteponer el horario
de trabajo a la salud o el interés de quienes muestran afecto por los demás
—que por cierto no abunda últimamente— podría catalogarse como un peligro para
la sociedad, como cómplices descarados del empobrecimiento del ser humano. Ya sabemos
por dónde vienen y a qué. Con esa pequeñita expresión fecal ya tenemos una
muestra de la herencia emocional que arrastran, y aunque no creo pertinente un
castigo de nuestra parte, sí pienso que hay que tener mucho cuidadito e ir
agarrando los cachachás para mudarse de establecimiento de estos rateritos de
la vida.
Nostalgia, dulce trampa
Nostalgia,
dulce trampa que nos mantiene anclados en el pasado. Perfecto espejismo que se
maquilla cada vez que se mira al espejo. Fuente permanente de condicionamientos
y dramas para el ahora. Curiosa cantera de respetos, admiraciones y gozos
diferidos que se disfrutan un tanto fríos, pero con una sonrisa y un definitivo
agradecimiento. Saludos, pues, a quienes siguen visitando en sueños, a quienes aparecen
en mi mente después de mencionar una frase ligada a un momento, a quienes
modelaron en algún grado y sin saberlo, estrechando mi mano o no, el lente con
el que ahora aprecio la existencia.
domingo, 22 de diciembre de 2019
El que se fue y vino
El que
fue y vino conoce el camino. El que desobedeció el mandato y luego volvió,
conoce el camino. El que pecó y resintió su pecado, conoce el camino. Por otro
lado, el que recorre el camino, a pesar de tener solo una perspectiva de él,
sabe que esa perspectiva es un hecho, no un fantasma. El que recorre el camino
gana certeza. El que no ha recorrido el camino solo tiene la idea inducida. El que
“no debe” recorrer el camino, incluso le huye a la idea inducida: ni siquiera
habla de ella. Con tanta contaminación, con tanta interpretación, con tantas
intenciones sueltas, sería difícil saber por qué no recorrer el camino, por qué
ceñirse al dictado, resultando todo en la curiosidad. La curiosidad mató al
gato, metió en drogas al muchacho, preñó a la chica y quién sabe cuánto
estropicio más. Así que, si me disculpan, me voy a recorrer el camino y a
echarme encima mi mala fama. Ya dependerá de ustedes, los que se quedan mirando,
fantaseando, especulando y despotricando, recibirme luego de mi periplo. Si se
portan bien, hasta podría contarles parte de esa verdad que ignoran… ¡Chaíto!
Oye, Adolescente: ¡NO!
Ya sé
que estás harto de no tener el control en casa. Ya sé que tus padres no están
en nada y no te entienden (yo también lo creo). Ya sé que tus hormonas te
tienen calenturiento con el culito aquel. Ya sé que estás en edad de valerte
por ti mismo y salir a trabajar en lo que sea, total, lo que llevas de estudio
mocho te preparó ya mismo para algo mejor. Nadie comprende que estás enamorado
de ella, que te duele tanto cuando se separan en la noche y ya sé que quisieras
amanecer con ella y compartir toda tu vida con esa mujer de tu vida. Ya sé que
probaste algo que te quita la arrechera y hasta te hace reír por un ratico, aunque
ello esté vetado por la decencia de la sociedad. Sé también que tu cerebro ya
funciona a mil por hora y que tu inteligencia no se compara con la de tus
padres, viejos anacrónicos que lo que hacen es joderte desde que amanece hasta
que llegas en la madrugada. Sé que ya le propusiste a tu futura mujer escaparse
de casa e irse ambos a vivir en cualquier sitio y así matar dos pájaros de un
tiro, mientras levantan cabeza y comienzan su futuro promisorio. Pero, ¿sabes
qué?, mucha de esa brincadera emocional va a pasar y el pulso se te
tranquilizará. Aunque los viejos no van a cambiar mucho a causa de este
desbarajuste, aprenderás a quererlos más y hasta a agradecerles su torpe esfuerzo
por que sobrevivas a tu juventud. Del “amor de tu vida”, aprenderás que solo
fue tu primer amor y que después de los besos y los orgasmos en medio de una
vida rutinaria y de supervivencia precaria, las explosiones multicolores se atenúan
bastante y probablemente termines en un callejón sin salida mucho más doloroso, desesperante y sin recursos
de salida que el que sientes ahora. Tu inteligencia prodigiosa sí te ayudará a ganar
dinerito y a arreglártelas por ti mismo luego, pero no te ayudará mucho en las
situaciones que requieran amor del bueno y dirección. Por ahora la tranquilidad
viene de los subibajas de las sustancias y las fiestas interminables, pero pelo
a pelo irá siendo descubierta a medida que tomes el verdadero control de tus acciones
y emociones. No quiero desilusionarte diciéndote que esto requerirá años de
fogueo, pero no hay atajos. Mientras, mi pana, al menos intenta joder a la
menor cantidad de gente posible y ocuparte en algo constructivo que te ayude a
levantar una vida plena de satisfacciones y de poco arrepentimiento por
experimentar. Después hablamos.
sábado, 21 de diciembre de 2019
Todo esto fracasó
Todo
esto fracasó. Todo esto es una farsa; pero como es tan grande y omnímoda, todos
creyeron que era la única manera de vivir. El resto de las perspectivas desaparecieron
de la pizarra. Los que critican al sistema lo hacen tan ridícula e
hipócritamente, que la audiencia opta rápidamente por ignorarlos. El dinero es
el valor indiscutible predominante que demuestra el triunfo. El poder se
levanta con toda su fuerza y sus medios e para hipnotizar a todos mientras les sabotea
su esencia. La solidaridad pasó a ser una pérdida de tiempo, una acción fallida,
desprestigiada sobre todo por aquellos que pegan codazos y aplastan cabezas
para poder acariciar el llamado éxito. El amor verdadero dejó de ser el tema central
para dejarle el paso libre a la inyección de sueños absurdos y apasionados que
mantienen a los borregos comiendo de la limosna que se torna cada vez más
escasa. La paz es un cuento chino que solo existe en los artículos de revistas
que enseñan a respirar para arreglar la vida y en películas que no impactan para
nada las taquillas. La alegría es un boleto para llegar ahí mismito, efímero y
engañoso que sirve cada quincena para aplacar la percepción del fracaso total del
modelo de vida que vende el sistema. Y así seguimos, enmarañados en la pasión,
el logro efímero, el placer externo, el miedo y la desesperanza, dándole la
bienvenida a los narcóticos que al fin vendrán a quitarnos el temblor por un
ratico. Y es con ese cohete por detrás, que nos persigue, nos exige, que no nos
deja opción, que queremos durar, permanecer lo posible haciendo el papel de
mendigos profesionales, orgullosos, que gritan sus ofertas engañosas
impunemente. Queremos tener una subsistencia duradera, un hogar duradero, un
trabajo duradero, unos amigos duraderos, sin importar, al fin, qué clase de
basura es la que nos empeñamos en llevar a cuestas durante todo el resto de
nuestra existencia.
miércoles, 18 de diciembre de 2019
¿Se acabo el amor?
Se
acabó el amor. Se desapareció el amor. Quedé en medio del escenario vacío,
oscuro y sin razones, sin explicaciones, sin pista alguna sobre lo que ocurrió.
Me dicen que el miedo y la desconfianza lo vencieron. Afirman que el amor
cambia y se desencuentra. Me juran que así es la vida, que me seque las
lágrimas y siga adelante en la nueva búsqueda del amor… del que sí va a ser
para toda la vida. Me pregunto si era amor, amor verdadero. En la noche me atrevo
a preguntarme si no era un plan predestinado a fallar por falta de cimientos
claros, de bases que aguantaran la pela de los años. Una vocecita burlona me
dice al oído que tal vez todo fue ilusión infantil o pasión carnal venida a
menos. Me da terror pensar que todo fue una costosísima historia rosa o una
explosión de ego lo que ayudé a tejer sin consideraciones de gente grande, consecuentes,
amorosas en el sentido amplio. A medida que pasa el tiempo, se me hace menos imposible
pensar que el final fue tan natural como el de un proyecto planteado por
ignorantes en la materia, por seres todavía en aparente crecimiento, por
quienes creyeron honestamente en las estupideces que el entorno “moderno” siempre
les sembraron en sus cabezas. Pensándolo bien y dejándome de tonterías, ahora que
lo pienso, me parecería todo un milagro que ese esperpento de colores estuviese
todavía en pie.
lunes, 16 de diciembre de 2019
Me enamoré de un rol, versión tú
Me enamoré de un rol,
de tu rol. Siempre te visitaba entre la multitud para apreciar tu trabajo. Me
enamoré de ese rol que todos admirábamos y del que todos querían un pedacito.
Pero fue una atracción fatal hacia solo una parte de ti.
A medida que fui conociéndote, pude ver de cerca la perfección de tu ejecución.
Sin embargo, cuando quería que bajases de tu pedestal para que conversáramos
del día a día, de tu familia, de tus sueños, de lo que yo podía ofrecerte, te
alejabas con violencia después de proferirme una mirada de pánico, de desconfianza. Nunca supe supe lo que ocurría contigo en ese momento, pero me siento como un tonto por ilusionarme con compartir mi vida
contigo, sobre todo
cuando ahora veo claramente que
eres solo un trozo de alguien que no pudo labrar cada aspecto de su vida y
buscó como último recurso el encierro dentro dentro de lo único que sabía hacer con esmero: lo suyo.
Me enamoré de un rol, versión yo
Me
enamoré de un rol. Me enamoré de solo una parte de mí. Me enamoré de ese retazo
que cultivé hasta llegar a la perfección. Cuando estoy en esa parcela
irrepetible, no hay nada que me pueda perturbar. Soy el amo de esos lares, de
esos dominios, y mi bandera está clavada allí para que sepan que no deben
meterse con eso. El problema sobreviene cuando debo salir de este entorno de
ejecución inmaculada al exterior, a la vida normal. Una vez terminada la labor
y ser
arrojado al mundo de la incertidumbre con el que
todos están acostumbrados a lidiar, me convierto en un ser discapacitado. Tengo
dificultad para conversar, para compartir. Me paraliza una solicitud de
colaboración, y más todavía de convivencia. No entiendo los códigos de quienes
pasan por mi lado comentando su día, expresando sus sueños, sus dolores. Mi
comprensión sobre el otro es nula. El intercambio entre los demás me produce
tal parálisis, tal repulsa, que el miedo me hace quitar la mirada, manotear y
salir corriendo hasta llegar a mi casa, mi otro refugio. Así que permanezco
adicto a mi rol, ese triunfador y aislado del que les hablaba anteriormente; y
aunque asumo que debo buscar ayuda para ajustarme a lo que llaman
“cotidianidad” o “empatía”, trataré en lo posible, como un niño malcriado, de
encerrarme el mayor tiempo que pueda en mi hueco de salvación.
domingo, 15 de diciembre de 2019
El inmenso universo y sus reglas
El curso
del universo es inmenso, coherente, inevitable. Solo nuestras pequeñas y
efímeras mentes no se dan cuenta de su perfección porque somos solo insignificantes
islas en medio de un mar inmenso que promete mucho más de lo que se puede mirar
a simple vista. Todo es más amplio de lo que podemos observar, aunque esta
visión superficial nos lleve toda la vida en completarse: no tiene caso. Son retazos
de conocimiento que solo pueden notar con escasez tímidas aproximaciones de la
realidad. La realidad. Esa realidad de la que nos sujetamos y a la que
defendemos de cualquier manera apasionada será solo nuestra propia perspectiva;
nunca será la verdad lo que digamos porque nuestras lentes y nuestros medios
están ridículamente contaminados, enrarecidos o retorcidos por nuestras
experiencias y nuestras creencias. Es como pedirle a un ciego que nos describa
el vecindario sin haber salido de casa. Así que déjame seguir contemplando todo
cuanto ocurra y tener la ilusión de que puedo cambiar algo, de que existe un
futuro por conquistar, cuando realmente somos las hormigas en el lomo del
elefante. Todo pasa y todos pasaremos. El circo resultó no ser nuestro y hay que
conformarse con saber que somos solo los payasos que se distraen con sus
propios malabares.
lunes, 9 de diciembre de 2019
No me importa nada
No me
importa nada. No me importa que haya gente muriendo de hambre, de enfermedad,
de ignorancia; total, yo estoy muy bien. No me importa que se esté destruyendo
la fuente de los recursos que sostienen la existencia del ser humano en el
planeta; total, no estaré vivo para cuando eso estalle. No me importa robar un
poquito –si es que le quieres llamar así–; total, todos andan en lo mismo y al
final ni se nota. No me importa perder semanas sin hablarle a mi madre, a mis
hijos, a mi mujer; total, ando arrecho y distraído con cosas más divertidas. No
me importa mentirme a mí mismo por un rato más; total, todo mejorará aunque
todavía no sepa cómo. A diferencia de muchos comeflores escandalosos, no me
importan muchas cosas que ellos quieren usar para que yo quede como un tipo insensato
que actúa como cierto tipo de pato: un pasito, una cagadita.
La alegría está sobrevalorada
La
alegría está sobrevalorada. Una emoción tan efímera no debe ser el blanco de
tanto deseo, de tanto plan, de tanto estropicio. Sí, claro, los acontecimientos
importantes, los logros, las metas cumplidas producen alegría, pero no es por
estar alegres o felices que nos embarcamos en estas luchas. Es por estar distraídos,
ocupados, por “estar en algo” que nos trazamos estos objetivos, muchas veces alejados
de lo que somos realmente. Estar alegres es como estar bañados: se siente bien,
se siente fresco, se siente correcto, pero en algún momento habrá que repetirlo
para que valga la pena; y a ese ritmo inestable, quien no tiene suficientes acontecimientos alegres, tanta leña para mantener esa costosa flama encendida, desarrollará
esa adicción conocida a la sonrisa forzada, a la búsqueda incesante de retazos
baratos de material a consumir que mantengan andando ese vehículo tan solicitado
y atiborrado de gente que llaman alegría.
El rincón de las certezas
Me
levanté un buen día con las certezas que había soñado. Podía resolver cualquier
situación con mis nuevas herramientas de lógica y cálculo en un dos por tres y
sin mucho miramiento a la posibilidad de fallar. Todo se me daba tan fácil que
los demás me producían, cuando más, compasión. Hasta un libro escribí. Pero ese
supuesto despertar no duró mucho. Resulta que pasé por alto los contextos y
escenarios de mis afirmaciones y resultó que todo lo que pensaba era cierto e
invencible solo para una muy pequeña parte del tiempo y del universo. Resultó
que me había convertido en un necio que lanzaba sentencias ligeras sin darme
cuenta del ridículo escandaloso al que me arrojaba con la confección de cada
nuevo teorema. Fue solo tiempo después de aquel descalabro mental que cierta
perspectiva menos ególatra me ayudó a ver algunas verdades más allá de mis emociones.
Todo se simplificó como por arte de magia, pero esta vez no fue mi mente con
sus retorcidos excesos de pensamiento lo que dejó ver los nuevos caminos a
seguir, sino la paz silenciosa y poderosa, lejos de la cual me mantuve balbuceando
en este presunto rincón de las certezas.
domingo, 8 de diciembre de 2019
Muchas puertas, por supuesto
Después
del primer proceso doloroso que me llevó al foso del sufrimiento por algún
tiempo para luego emerger triunfante de entre las cenizas del incendio previo,
se abrió una puerta de bienestar. Sentí entonces que había logrado traspasar el
umbral a la madurez y hasta a cierta espiritualidad que me haría el camino más
fácil por el resto de mi vida. Pero estuve equivocado. Caí una y otra vez en
medio de nuevas cegueras, de hipnotismos enloquecedores que me secuestraban
cada vez. El malestar se hacía presente de nuevo. Al asumir la frustración y el
aprendizaje respectivo, veía que se abrían nuevas puertas que aliviaban, en
cada circunstancia, el dolor que se hubiere acumulado, resultando siempre el
proceso en un paso hacia adelante. Muchos años después, sé que muy poca gente
recibe el regalo de la puerta definitiva y la verdad, ya no lo anhelo. Una
puerta llevará a otra, dibujando siempre un nuevo camino por recorrer. No es
que sea malo: es como es. Ya asumí que vendrán nuevas caídas; asumiré sus
dolores y aprendizajes, y sé que pronto vendrá una nueva puerta que me situará
en el mejor de los entendimientos para el momento. ¿Qué si quisiera mi puerta
definitiva? Claro que sí, pero no hace daño asumir que nunca llegará sino como en
forma de pruebas de diferentes caras y tamaños. Estoy conforme. Estoy contento.
Ya desapareció el drama.
sábado, 30 de noviembre de 2019
Te debo honestidad
Creo
que te debo honestidad. Pareciera parte del respeto que también te debo. No me
siento bien cuando dejo de decirte lo que considero importante, lo que siento
que podría aportarte y por temor me guardo. En mi defensa, debo decirte que la
razón por la que no soy completamente honesto contigo es que no sé cómo hacerlo
sin afectar nuestra cercanía. Siento que si lo hago mal, te vas a resentir y
aun sin decírmelo, te alejarás y nada será como ha sido hasta ahora. Sin
embargo, como sí te debo honestidad, debo honrar esa deuda permanente y por eso
buscaré la manera de hacerlo bien, con tacto, aunque con sinceridad. Mis
percepciones estarán ahí para darle un tinte particular al asunto, pero lo que
quiero ahora es que te centres en mi genuino interés por tu bienestar. Si
quieres, lo discutimos; si quieres, profundizamos en el asunto y así yo puedo
ganar una mejor perspectiva sobre el tema, pero lo que no quiero es espantarte
y perderte en la oscuridad. Creo que expresar mi punto de vista será como
bañarse con agua fría, porque espero que solo será incómodo al comenzar. Ojalá
no me equivoque. Ojalá no meta la pata, pero es que ya no aguanto más callar
sin dejar de señalarle a alguna puerta de salida a tu dolor.
miércoles, 27 de noviembre de 2019
Lo que crees ver
Lo que
ves no es lo que crees ver. Lo que ves es solo un reflejo de lo que tu cabeza
te dice que debes ver haciéndole caso a tus pobres percepciones. Lo que ves en aparente
reposo es solo un instante congelado de una circunstancia mucho mayor; es solo
una parte fugaz de una escena de mayor complejidad, con causas, antecedentes,
razones y consecuencias. La amañada simplicidad de tus sentidos y el carácter
reduccionista de tus caricaturas mentales están muy lejos de comprender toda la
situación, por lo que se queda en un punto terco de perspectiva que abraza y
celebra sus limitaciones. Afortunadamente, ya llegará el momento en que el
panorama se irá ampliando y tu “darte cuenta” comenzará a trabajar cabalmente
por primera vez en tu vida. Así que, si lo que ahora ves es un tigre flotado en
el aire, todavía te faltan muchos kilómetros de camino tortuoso antes de
sentarte a descansar.
Rituales...
Rituales.
Estorban mi visión. No dejan ver lo que realmente está detrás. Normalmente hay
una realidad, una verdad detrás de ellos, pero con tanto brinco y repetición no
me dejan saber cuál es. Rituales. Anclas que sirven para enganchar la verdad a
un relato, a una actividad, a una señal, que permitan que la resolución de las
situaciones llegue sin mucha comprensión, y parezcan algo así como milagroso. Si
hay un orden superior, si hay una conciencia profunda, si hay un Dios amoroso,
la verdad es que con tus malabares, con tus manipulaciones y tus entusiasmos
alocados, no me los dejas ver… no me los dejas reconocer. Es por esto que te
voy a pedir, muy encarecidamente, que te alejes por un rato y me dejes solo, en
silencio, para ver si sacudo tus monerías de mi cabeza y comienzo a mirar las
grandezas que la vida me tiene deparadas antes de que vuelvas a robar mi
atención.
martes, 26 de noviembre de 2019
Debilitar los estímulos
No tenemos
que resistir estoicamente cada respuesta inesperada o indeseada del entorno. No
tenemos que forcejear y ni coquetear con la frustración cada vez que no
entendamos algo que ocurrió. Se va tornando algo cansona, aunque increíblemente
imperceptible, toda esa serie de bofetadas que recibimos del exterior una y
otra vez. Dicen que la fortaleza está en levantarse cada vez que uno cae —y
suena bonito—, pero ¿para qué caerse tanto? ¿Para qué hacerse el héroe, el que
se las sabrá todas después de las contusiones? ¿Para qué centrar la atención en
cada evento que no depende de nosotros? “No sé” puede ser una respuesta válida.
La incertidumbre no juega en contra, sino a favor. No hay nada escrito, a menos
que tú mismo quieras escribir una tragicomedia solo para ir y contarla a tu
círculo de aplaudidores desinteresados. ¿Para qué traerse por las greñas cada
piedrita del camino y armar una historia de terror? Creo que exageras. Creo que
te gusta la vaina. Creo que debes ocuparte en ti como no te habías ocupado
antes; así verás que tienes mucho por escudriñar, por descubrir, por entender,
por gozar, en lugar de estar buscando pichaches efímeros que te hagan sentir
vivo. Si me lo permites, déjame ayudarte a no luchar contra los monstruos, sino
a desenchufarlos. Al final del camino, segurito, encontrarás unos anteojos más
limpios para ver mejor hacia afuera también… después me cuentas.
viernes, 22 de noviembre de 2019
La luz de la conciencia
Arrojar
luz sobre la oscuridad y apreciar las cosas como realmente son, sin prejuicios,
sin especulaciones, sin condicionamientos. Caminar, y en el camino seguir
dejando caer rayos de luz sobre cada sitio hacia donde veamos, hacia cada
situación por resolver. Eso es la conciencia. Luz que no se acaba, que no tiene
fecha de caducidad, que no se apaga. Eso no ocurrirá jamás. Por el contrario y
por fortuna, cada candil que se enciende va sumando a la claridad que ya nos
venía guiando. Es un torbellino creciente y a favor sentir por primera vez que
por ahora seguimos albergando oscuridades y que en algún momento les llegará su
oportunidad para desvelarse. Muchos de esos misterios todavía tienen un sentido
de existir. No saberlo todo se convierte en el nuevo estado de honestidad
desenfadada que permite aceptar y continuar. La ignorancia natural se destapa y
nos deja sin complejos, listos para plantearnos cualquier rumbo sin miedo ni
resistencias. El brillo deja sin efecto el drama. Todo comienza a tener
sentido, un sentido distinto del que conocíamos y lo que antes era una puerta
trancada que ahora aparenta dejarnos entrar sin objeciones, sin condiciones, a
la luz de la nueva conciencia en crecimiento, a un ritmo distinto, con una
óptica inédita que nos reafirma, cada vez, que nuestros párpados siempre
estuvieron cerrados… hasta ahora.
Química que apesta a muerte
Siento
bullir las toxinas en mi cuerpo. Siento revolverse la calma de mis vísceras y
convertirse en caos. No tardan en asistir a este aquelarre del fracaso, el
dolor, el entumecimiento, el mareo. En medio de mi rutina cotidiana de mejorar,
de superarme, de superar a otros, de superar a la vida misma, llegó la visita
que me contaban inexorable. Sumido entre los planes, los mapas del tesoro, los
álbumes de fracaso, me agarró este retortijón de tripas que me grita en la cara
que ya basta, que no se puede más, que deje de hacer lo que estoy haciendo y me
recueste, al fin, en el espaldar. No demora mucho en aparecer cierto hormigueo
en las manos, el conocido desmayo parcial que tan bien sé disimular, el
palpitar de las arterias hartas de tanta exigencia. Siento el desfile de
porquerías por la sangre, la amargura en el tubo digestivo, el temblor en las
manos y la parálisis ante la tarea pendiente del momento. Justamente hoy, que
tenía esta entrega importante; justamente hoy, que se abre una puerta al
bienestar soñado, siento que mi cuerpo se fríe en su propio sudor.
miércoles, 20 de noviembre de 2019
Buscando el equilibrio
Todos
buscamos el equilibrio. No importa lo enredado, no importa que parezca lo contrario. Somos el resultado de las fuerzas que contienden en nuestro interior y nos empujan, como aritmética fatal, a actuar como actuamos, a desear como deseamos. No importa quiénes o cómo, de alguna manera actuamos
para encontrar ese balance que perdimos hace mucho a manos de quienes nos
amaron primero. No importa si con conciencia o sin ella, no importa si
laboriosa y sutilmente o a los carajazos, buscan el equilibrio el monje, el
drogadicto; el miserable y el acomodado; el preso y el maestro; el bebé y el anciano;
el corrupto y el funcionario —cuando no fuesen o mismo—; el que ora y el que
maldice. El equilibrio vendría siendo ese estado promedio que nos ayuda a vivir
otro día más sin ceder ante la desesperación, ante el agobio, ante el descalabro
que resulta evidente y grosero en estos días de decepciones y desesperanzas. Buscar
el centro para no irse por el barranco se presenta como la única manera de capear
el temporal y ninguno escapamos de eso. La manera como lo hagamos podría darnos
la paz, un premio Nobel o mandarnos a la cárcel, el hospital o el cementerio. Lamentablemente,
solo pocos lo logran. Desafortunadamente, las herramientas para pendular hacia
el otro lado están en escasez. Lapidariamente, quienes si no consigues
encontrar las válvulas para dejar salir tus tormentas, lo pagarás con desinfles
y explosiones esporádicas que embarrarán al otro, al que te quiere y te
acompaña en esta época. Así que… mosca cómo es que buscas tu equilibrio.
lunes, 18 de noviembre de 2019
Quiero que todo fluya
Quiero
que todo fluya. Quiero que todo avance con naturalidad, así como el agua lo
hace. Quiero que todo se encauce y establezca una nueva forma de recorre el
camino. No quiero más excusas, no quiero más obstáculos infranqueables —tal vez
porque ya sé que no existen—. No quiero más un problema para cada solución
propuesta. Quiero que quienes tengamos una necesidad, un interés genuino y
honesto, volteemos y nos dirijamos al sitio respectivo en el que se encierra el
alivio a los sufrimientos. No quiero cuentos, no quiero historias, no quiero
dramas, impedimentos que solo existan en nuestras mentes para dar paso a la
realidad real y no a la caricatura dolorosa que guardamos en la cabeza y nos
mina el cuerpo. No quiero la convivencia de dolores y pendientes para siempre. No
quiero morir manchado por la inconformidad habiendo tenido todo a la mano. Es más:
¡no me da la gana, chico!
Comenzar desde cero
Comenzar
desde cero. Sin pasado, sin drama, sin culpa. Saberse solvente, sin deudas, sin
pendientes, sin más obligaciones que las que tu cuerpo impone. Sentir las
fuerzas renovadas, la frescura, la novedad. Saberse capaz a medida que se va
resolviendo cada necesidad, cada pequeña cosa que va apareciendo sin doble
fondo, sin mensaje entrecortado, sin truco preconcebido. Comenzar a construir
nuestro verdadero y propio entorno, lo que nos rodeará inmediatamente. Sin prejuicio,
sin desperdicios en el camino; con ojos nuevos, limpios, inocentes. Sentirse pleno
con uno mismo, alegre sin razón aparente, sin argumento. Firmar conforme el
intercambio exacto, pertinente, automático entre lo que somos y lo que nos
rodea. Después de lograr este equilibrio impoluto, quién sabe, luego abrir la
puerta a lo que está afuera, a lo que habita en el exterior, lejos, donde una
vez estuve… toda la vida. ¿Quién sabe? Quién sabe si esa decisión sea posible
finalmente, cuando lo que se anhela es algo más trascendente.
lunes, 11 de noviembre de 2019
Alienados, ¡y a mucha honra!
Somos
víctimas de alguna influencia alienante que nos dicta mensajes permanentemente
y que nos obliga sutilmente a actuar de una u otra manera, a tomar posiciones
específicas, a decidir, finalmente, el rumbo de nuestros días desde un momento
en adelante. Y así vamos, recogiendo banderas ajenas, pareceres distintos,
luchas anteriores a nuestro entendimiento, y embutimos todo ese paquete así de
grande y lo convertimos en nuestra personalidad. Y así salimos a la calle,
vestidos con atavíos de extraña etiqueta, formulando sentencias sin juicios ni
hipótesis, disparando a los otros, a antiguos inocentes que también fueron
poseídos por alguna otra influencia que había en el aire donde se criaron, en
las aguas que bebieron, en los panfletos que leyeron o en las historias que
escucharon con tanta credulidad. Y así moriremos, ante la falta de la
conciencia del propio existir, sin haber medido con herramientas propias la turbia
cotidianidad que se debatía entre lo propuesto y lo imaginario, sin darnos
cuenta de que alrededor sobraban las señales para construir un camino propio,
con ojos y entendimiento propios, con fallas y soluciones propias… con vida
propia.
Sutilezas mutiladoras
Sutilezas
mutiladoras. No haré eso porque me puede hacer daño. No haré aquello porque
puede ser perjudicial. Mejor no salgo por si las moscas. Y así vamos, evitando
esto y aquello por miedo a sufrir de alguna manera. Evitamos, incluso, lo
grande que toca a la puerta por evitar lo que nunca termina de ocurrir. Parece una
estadística engañosa, terrible si sale el numerito; pero la vida parece ser eso
mismo de cabo a rabo. Amanecer vivo parece un premio de una lotería que nos ha
favorecido hasta el día de hoy. Dejar de vivir por seguridad, por miedo a
resultar dañados, suena a mal negocio. A pesar de los riesgos, siempre pensamos
en los peligros previstos, no en los otros, los repentinos, los que al final
saldrán al paso y de cualquier forma tomarán lo que vinieron a buscar. La vida
sigue pareciendo el mayor premio recibido y recortarle pedacitos para meterlos
en la nevera o la alacena por si acaso, es tan loco como cierto que recibirás,
con la suerte de siempre, 24 horas más de vida sin importar las que creíste
acumular, que creíste ahorrar, que ilusamente pretendiste arrancarle a la
muerte. Una vida así no debería ser tu trofeo. Así que si no tomas Gatorade
porque tiene sal, retiene líquidos y te pondrá gordo o gorda, será mejor que vayas
contactando a un siquiatra para recuperar la cordura y así comenzar a vivir con
un poquito más de plenitud antes de arrepentirte de tantos días tirados a la basura.
No practicas lo que predicas
Escucho
tu verbo y me gusta lo que escucho. Al parecer, siempre tienes esas cosas
interesantes por decir. Indudablemente, tienes la posibilidad de ayudar a otros
a tratar de enderezar su camino en momentos de crisis. Sin embargo, en otras
situaciones lejanas a la reflexión, pude ver cómo te comportas, observé ciertos
detalles que consideré muy inconvenientes. Parado aquí y comparando tu manera
de hablar con tus acciones, puedo detectar y establecer una clara estafa, una
oferta harto engañosa, un entuerto bien cubierto de flores. Ahora pienso en
todos quienes te escuchamos y reforzamos parte de nuestra existencia en tus
consejos, y el fraude adquiere dimensiones gigantescas. Por ahora, no sé qué
hacer. Por lo pronto, dejaré de escucharte y así evitaré una recaída que me
empegoste en tu incoherencia y me convierta en tu cómplice. Tal vez luego,
cuando encuentre mis propias herramientas, te confronte y hasta te dé la
oportunidad de contarme qué te llevó a convertirte en semejante delincuente de
la confianza ajena.
domingo, 10 de noviembre de 2019
La felicidad es un mito
La felicidad vendría siendo un mito. Tiene siglos existencia, se habla mucho de ello, y aun así nadie sabe con certeza qué animal es ese. Al imaginar una persona “feliz” aparece en nuestras mentes un rostro con la risa permanente que produce la tranquilidad de un entorno seguro, lejos de las hostilidades del mundo. Se escriben canciones, se moldean conferencias y se afirma con vehemencia en momentos de pasión: “soy feliz”. Pero la susodicha felicidad no aguanta la pela y rueda de nuevo con todas nuestras esperanzas por el barranco. Solo bastan algunos instantes para que la desazón regrese y comencemos a sentir otra vez que nos falta algo para completarnos. Con un nuevo intento, cada vez, el espejismo del bienestar constante se renueva a los carajazos con juguetes y promesas que sirven de puente entre un pasado infeliz y un futuro mejor, dejando huérfano a un presente desatendido que se deja sin saborear, que a pesar de que es el verdadero vehículo para la dicha, solo estorba o se manipula para lograr algo mejor que nunca llegará, que continuará siendo un mito.
viernes, 8 de noviembre de 2019
Maldita dualidad
Esta
maldita dualidad. Soy uno mientras soy otro. Soy uno y después soy otro. Algo, en
algún sitio, en algún momento, activó esa división y ahora soy uno para cada
ocasión. Nunca más fui mi unicidad experimentando varias cosas, sino varios
yoes, cada uno en lo suyo. Y claro, como soy más de uno, cada uno de ellos
tiene sus maneras, sus preferencias, sus decisiones irreversibles. “Amo a mi
madre por sobre todas las cosas” vive con “La odio más que a nadie por haberme
maltratado”, y entre muchas otras dualidades hierven decenas de contradicciones,
de incoherencias, de posiciones locamente irreconciliables. Soy uno en casa y
otro en el trabajo. Soy uno cuando estoy con mi mujer y otro cuando estoy con
mis amigos. Soy uno cuando estoy solo y otro cuando estoy acompañado. “Hay
cosas que no deben hacerse”, grita cada una de las piezas de mi rompecabezas y
clava su bandera en el terreno, pero claro, eso durará mientras llega la vergüenza,
el miedo o la ira. Soy uno cuando converso con el portero y otro cuando hablo
con el presidente. La verdad es que tú, amigo mío, deberías fijarte bien con
quién hablas cuando te sientas a tomar café enfrente de este cuerpo, de esta
mente repleta de voces que gritan cada una su tema, su parecer, su prejuicio.
Jueces negligentes
Jueces
ligeros que vamos juzgando a todo lo que se nos atraviesa. Eso jugamos a ser. Sin
abordar causas, atacamos los síntomas con el más fuerte moralismo, erigiéndonos
como el mismísimo todopoderoso. Prescindimos alegremente de los antecedentes,
de los orígenes, del punto de partida de cada circunstancia a la que llegamos
tardísimo a etiquetar con la autoridad que nos otorgan los caballos salvajes de
nuestro ego. Es así como apreciamos, de lejitos, claro, al resto de la fauna,
esos desgraciados que nacieron malos, flojos, conflictivos, inconscientes, y no
como nuestras mercedes, tan refinados, así de perfectos y preclaros en todo. Qué
circo. Qué farsa. Qué manera de ver en los demás lo que no nos gusta de
nosotros mismos, y que como falsos profetas vamos regando por la comarca
mientras apuntamos con el dedo a los pecadores de turno, es decir, al que se
atraviese.
miércoles, 6 de noviembre de 2019
Inmolación cotidiana
¿Qué
te hace dedicarte a otros y a olvidarte de ti? ¿Qué extraña lógica te lleva a
quitar de tu boca para darle a otros? ¿Qué te impulsa a olvidarte por completo
de tu salud y a arder hasta el último aliento por quienes parecen necesitarte?
¿Qué es lo que te motiva a permanecer en esa misión que acogiste con tanta
seriedad? Pues, por muy hermosa que pueda ser o parecer tu respuesta, debes
tener en cuenta que todo tiene un límite. Tu mente y tu cuerpo necesitan del
alimento del que estás prescindiendo, de las atenciones que estás prodigando,
del amor que pareces solo tener con otras personas. Ni siquiera sabemos si esa
conducta ultraaltruista tiene origen o sustento sanos, por lo que te invito a
examinarte y a reformular tus tareas, a mirarte al espejo y a responder algunas
preguntas fundamentales antes de retomar tu inmolación cotidiana. Sobre todo
recuerda que si de verdad amas a tus protegidos, una muestra de amor sensata
sería una muestra de amor por ti mismo, por quien supone que durará toda la
vida para ayudar a otros.
martes, 5 de noviembre de 2019
El tiempo de Dios es perfecto... ¿o no?
El tiempo
de Dios es perfecto. La frase se usa mucho, según he visto. A veces parece una
justificación ante la adversidad prolongada o ante la llegada de lo que
pudiéramos llamar “justicia”. Pero a veces pareciera una sentencia acorde a lo
que ocurre, ajustada a lo que deberíamos esperar. En ocasiones, aparenta exacta
sincronicidad entre la espera y la llegada de aquello necesario. En ocasiones,
parece el anuncio del premio después del recorrido. Es como que si ocurriera de
otro modo, estaría mal, sería inoportuno, habría fallado la experiencia. No se
podría saber el criterio usado por quien diseña un universo, pero seguramente
ese diseño comprende un equilibrio lento −aunque demoledor− en sus
acontecimientos, en un flujo que, aunque resulta lógico en retrospectiva, es
harto difícil de entender por nuestra mente brillante y entrenada, porque es
que… sigue siendo muy pequeña para entender las grandes cosas.
Sin sacrificios, por favor
Por
alguna extraña razón, no me gustan los
sacrificios, aunque debería; es la forma usada. Aun así, nunca he tragado con
agrado ese tan popular recurso. Nunca me ha gustado dejar de vivir para vivir luego,
un “luego” que no se sabe si llegará algún día o si estaremos en capacidad de
detectarlo o darle la bienvenida. Engañoso, eso de sacrificarse; y es que me da
la impresión de que cuando uno comienza a usar este truquito, a veces logra el
objetivo y corre el peligro de que se convierta en el instrumento elegido para
el avance. Detener el flujo de las propias aguas se va erigiendo como el mecanismo
indiscutible a utilizar en el camino, creando baches prolongados, vacíos insoportables
mientras llega lo de cumplir el sueño, el objetivo trazado, el nuevo punto de
llegada. Se corre el riesgo de ser la versión moderna de eso que mientan “alguien
sacrificado”, eso que va dejando escurrir cierta amargura por haber vendido unas
partes de la existencia para conseguir otras, y eso, quiérase o no se quiera,
se admita o no se admita, va a cobrar sus tributos de violencia, de despojo, de
desolación cuando llegue el silencio. Lo que queda, para siempre, es jugar con
la rentabilidad de los logros, de eso que se pudo conseguir a costa de un momento
del pasado en el que necesitamos algo y nos dedicamos a otra cosa que
consideramos de mayor importancia para después… una y otra vez.
viernes, 1 de noviembre de 2019
He entrado al paraíso
He acariciado la paz durante segundos, tal vez
minutos. He mordido muy poco de eso que sospechaba que existía, pero que el
ruido y las imágenes confusas de mi mente no me han permitido disfrutar. Es una
especie de parálisis inducida por un dictador imaginario que no deja liberarme
del pasado, del futuro, de las facturas, de los compromisos, del qué dirán. Como
un prisionero ordinario, al tratar de escapar de la pequeña celda al gran
paisaje, siento el llamado de la autoridad a cargo y soy halado de nuevo a los
trabajos forzados a los que estoy asignado y que una vez elegí como medio de
vida, de presunta estabilidad. Pero siempre recuerdo esos pequeños instantes en
los que me sentí pleno, expandido, en un espacio que se hizo inmenso y que, como
elevado por una mano muy grande y benevolente, me dejó ver todo desde arriba. Todo
aparecía muy claro y sencillo ante mi vista. Por ese lapso maravilloso, no
sentí problemas, no sentí deudas, no sentí pendientes; sentí que esas
dificultades cotidianas eran una tontería que se podía resolver con acallar la
voz fastidiosa –y por los momentos, ausente− que tenía como oficio permanente
lamentar y preocuparse. Quiero ir de nuevo a ese sitio, a ese momento en el que
la vida “vale la pena” totalmente. Quiero volver… quiero quedarme.
martes, 29 de octubre de 2019
Impostor a la medida
Uno
cuando estoy contigo, otro cuando estoy solo, otro más cuando estoy con ellas,
uno más cuando estoy con ellos. Soy tantos según la ocasión que ya no recuerdo
cuál soy, quién soy, cómo soy en realidad. Esta dualidad multiplicada adquirida
a medida que pasan los años me resulta una capacidad venida a menos, una
mimetización sin propósito, un disfraz raído. Como suele pasar con muchas
mentiras a la vez, son tan difíciles de sostener que se caen en el lugar
equivocado, en el momento menos adecuado. La confusión me tiene loco. Mezclo
las ocasiones y comienzan a salir retazos del monstruo aquí y allá, ya sin
control, como si un poder ajeno a mí se olvidó de mi plan de ajuste y me puso de
marioneta definitiva, como el producto perfecto de la falsedad y ahora, colgado
en la oscuridad, no sé cuál de mis historias creerme.
Ver todo en blanco y negro
Ver
solo
en blanco y negro. Hasta suena a discapacidad. Hasta huele a moralidad rancia. Definitivamente sospechoso. La incapacidad para notar los matices en todo lo que ocurre, para darse cuenta de que las cosas no deben ser o totalmente buenas o totalmente malas, solo dan lugar a una compulsión, a un nervio extraño, a una patología; en el menor de los casos, a una conducta que levanta ojeriza. Suena a la miopía que produce una desilusión pasada pero no superada. Tiene eso pinta de cualquier cosa, menos de comportamiento ajustado a cierta realidad que, aunque desborde toda la dificultad antes desconocida, no deja de merecer una mirada calmada, sobria, en silencio. Así que… que te aproveche tu voluntario y apasionado daltonismo de grises.
en blanco y negro. Hasta suena a discapacidad. Hasta huele a moralidad rancia. Definitivamente sospechoso. La incapacidad para notar los matices en todo lo que ocurre, para darse cuenta de que las cosas no deben ser o totalmente buenas o totalmente malas, solo dan lugar a una compulsión, a un nervio extraño, a una patología; en el menor de los casos, a una conducta que levanta ojeriza. Suena a la miopía que produce una desilusión pasada pero no superada. Tiene eso pinta de cualquier cosa, menos de comportamiento ajustado a cierta realidad que, aunque desborde toda la dificultad antes desconocida, no deja de merecer una mirada calmada, sobria, en silencio. Así que… que te aproveche tu voluntario y apasionado daltonismo de grises.
lunes, 28 de octubre de 2019
Creí que era el único
Creí
que era el único. El único que se ponía triste a veces y lo escondía; el único
al que la preocupación le pegaba en la panza y lo mandaba para el baño; el
único que sentía que siempre faltaba algo y no sabía qué; el único que no le
veía sentido a la mayoría de las cosas y sin embargo las seguía haciendo por
años; el único que se recriminaba en secreto; el único que tapaba sus miedos
con maltratos a los demás; el único que buscaba un culpable allá afuera; el
único que buscaba la perfección sin saber qué era eso; el único que siente que nadie
le para bolas y que nada vale la pena… pero aparte de no ser el único, me asomo
por la ventana en cualquier momento y puedo ver el tremendo ejército de la desilusión.
domingo, 27 de octubre de 2019
No te cuelgues
Siempre
estaré para ti. No albergues la menor de las dudas. Es un placer devolver parte
de lo que me has dado, de lo que soy. La gratitud es un ejercicio que me
agrada. Pero por favor, no te cuelgues. No dejes caer todo tu peso sobre mis
hombros porque entorpeces mi paso y nos podemos caer; déjame conservar ese paso
que me ayuda a tener el impulso necesario para ayudarte mientras construyo mi
camino. Te pido, con la mejor de las voluntades, que me ayudes a ayudarte, que
no agotes la energía que nos ayuda y nos mantiene unidos, porque entre mi frustración
y tu desilusión el futuro se empaña de contrariedad y dolor. Te mando un
abrazo.
Ser padres ahora
Ser padre
ahora. Perder el primer round obligado contra las pantallas y sus mensajes
destructivos. Ser agarrado fuera de base por las influencias sociales que
tienen un pie dentro de tu casa. Lidiar contra el peso de tu propia crianza y
tratar de embutirle las maneras de hace unos treinta años. Bajar las defensas y
la dignidad ante el temor del abandono futuro de parte tu única razón para
vivir. Creer en el tiempo infinito para hacer “entrar en el carril” a la
criatura ya grande, en medio de intentos ingenuos, lentos, insustanciales. Fomentar,
sin saber, la tiranía de quien no vio en ti sino un proveedor sin compromisos a
cambio. Mostrar ilusamente la moral de las banderas apasionadas del bien y el
mal sin los matices ni las consideraciones del caso. Sembrar con ojos ciegos el
trauma futuro y el perdón que tardará en llegar. Vaya empresa.
Déjame sentir el futuro
Déjame
ver el futuro. Déjame mirar hacia adelante con la claridad y el color que
siempre soñé. Déjame gozar del sol del amanecer de ahora en adelante; sentir el
calor en la piel y sentirme parte de algo mayor, de algo a lo que pertenezco
desde antes, desde siempre… algo a lo que no soy ajeno, pero que hasta ahora ha
estado vedado para mí. Déjame caminar sin estudiar el rumbo, sin calcular el
destino, sin atascarme en los riesgos. Déjame probar qué se siente saberme
capaz después de haber probado la derrota por un rato. Déjame andar solo,
libre, expuesto; responder al cada desafío con el extraordinario instinto que tengo
como aliado. Puedo, ahora mismo, recoger lo que necesito para el viaje, y con
tu bendición, comenzar a escribir mi propio relato, mi propia aventura. No te
opongas y anda: échame la bendición.
viernes, 25 de octubre de 2019
Ángeles aislados
Ángeles
aislados. Cada uno separado del otro, lejos del otro, librando solos su propia
lucha; intentando, incesantemente, cumplir su misión. Se dan cuenta, preguntan,
corren, cumplen. En medio del cansancio que parecen no acusar, un día tras
otro, aportan mucho más que un grano de arena por el bienestar del otro, de su
prójimo. Desde afuera, la misión parece ingrata. Sin embargo, estos ángeles parecen
cargar combustible de alguna fuente para muchos desconocida. Esta gente de
verdad le echa pichón a eso de ayudar, de no dejar solo a nadie, de no permitir
que la inercia y la indiferencia se salgan con la suya. Entre bambalinas los
veo cansados, extenuados, casi por darse por vencidos; sin embargo, por razones
del impulso superior, la tarea se ejecuta y se termina, cada vez, con grato
resultado. Hay que hacer que nazcan y se acerquen entre sí estos querubes para
que su fuerza conjunta irradie más y mejor energía, disposición, decisión, al
entorno que normalmente pide su colaboración con esto y con aquello. Hay que
hacer que esa unión entre ellos y los otros de más allá se convierta en una
fuerza invencible de ayuda para los demás; pero también para ellos, quienes son
los que se levantan todos los días con un pendiente inmenso y que parece, desde
afuera, que sin ayuda y sin cohesión con el resto de sus compañeros, no podrán
coronar el objetivo final de la salvación.
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