Ahora cierro
los ojos y sólo huelo el verde del pasto, el oscuro de la tierra recién mojada
por una lluvia repentina. Sólo huelo la madera de los árboles, mientras me
recuesto muy lentamente en uno, como si hubiese perdido la fuerza en mis
piernas, como si la brisa hubiese extraído la energía necesaria para salir de
este espacio agraciado. Trato de abrir los ojos, pero solo puedo lograr algo
borroso enfrente de mí. En los instantes que se aproximan, mi piel comienza a
mimetizarse con lo que me rodea, integrándome, inicialmente sin mi voluntad, a
todo esto tan limpio, tan ello. Siento que los complejos, los apuros, la
necesidad de correr sin rumbo se desvanecen y solo yazgo en paz, sin
perturbación, sin sorpresas. Pronto comienza a llegar gente a admirar el paisaje,
el nuevo espacio al que pertenezco. Caminan a mi derredor, se apoyan en mí, y
en un acto de continuidad asombrosa, se adhieren a los que ya pasamos por eso,
conformando un misterioso grupo de seres atrapados en el lugar correcto, sin
querer escapar.
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