Escucho
ruido, mucho ruido. Veo personas hablándome, pero no las entiendo, son muchas.
Me empujan, me halan por un brazo, me sonríen, pero igual, no sé de qué se
trata. Como cuando niño, fui a la playa y me sumergí atentamente en el agua
tranquila. Ya no se escucha nada que no sean mis propios movimientos, mis
burbujas, y hasta mi voz. Es un silencia extraño, comenzando por lo limitado;
son solo segundos que estoy en ese estado de contemplación propia, de libre
aletargamiento placentero. Algunos se refieren a mi actitud como de cobardía,
pero no me importa, no quiero ser un valeroso atropellado por cosas que no
entiendo; no quiero morir sin saber exactamente por qué. Ejerceré mi cobardía
hasta que pueda hallar claridad, claridad para hacerme responsable de mis
actos, de mis equivocaciones, de mis dudas… aunque, al final, tampoco les
parezca responsabilidad. Buscaré el verdadero peso de las maletas que habré de
arrastrar por mi causa. Trataré de leer, en medio de lo turbio, cada próximo
paso a dar, para no perder tanto tiempo, para no equivocarme continuamente,
para no desgastarme como lo vengo haciendo ahora.
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