No
he visto el cielo. No sé si ha llovido hoy. Nadie ha podido contarme una
historia. He paseado todo el día entre papeles, permisos, pantallas y
definiciones. He sido envuelto por conceptos de operación, de reglas, de
políticas, pero aunque hace un día apetecible hasta de ser visto, no ha
ocurrido. Las alfombras y cielos rasos no se asemejan, ni por casualidad, al
pasto y las nubes que hacen hoy. El timbre del teléfono y las solicitudes han
sido el único alimento de mis oídos. Me he sorprendido, inconscientemente,
cantando; y la desesperación subterránea se nota en el permiso de escucharme a
mí mismo, con esta terrible voz. El tiempo pasa rápido, sonriente, burlón, y
creo que cuando salga de aquí no habrá mucha claridad para admirar paisaje
alguno, distinto de las luces del tránsito, del los postes cansados, de la luna
que arropa. Todo va dirigido al descanso posterior al cansancio. Todo está
dispuesto para que los diálogos afectivos sean recortados al mínimo, tratando
de utilizar la comprensión de los demás como medio para estar tranquilos, para sentirnos
cumplidores de un día más. Somos, poco a poco, cada vez más, con costumbre y
argumento, distribuidores de abandono, comenzando la lista por nosotros mismos…
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