El erotismo de tu rostro. Tus labios
entreabiertos, a lo lejos, sin poder verte entre las sombras. Tus
ojos, disparando hechizos muy lentamente, barren el lugar y se posan
atrevidamente sobre los míos. Invitaciones a la cercanía de gestos
magistrales, aparentemente comedidos, a propósito. Contigo, algunas
hebras de tu cabello se acercan atrapadas por gotas en tu frente,
pero las arrastras hacia atrás, como conminando mi mano a que asista
la necesidad. Entre música de caricias, clavas tus ojos en mi boca,
y tratando de arrancar un halago que nunca llega, el desespero llega
a tus mejillas, tiñéndolas de rosado. Muy cerca, casi poseída,
miras mis dedos, exigiendo, dictando pauta, latigueándome con tus
labios mordidos, tan silenciosos. De pronto me sientes, y tu ceño de
terciopelo se encrespa para amoldarse hasta llegar a la neutralidad
del rictus. Tus ojos se cierran y un gemido escapa de su presidio.
Eres mía. Tus labios empañan mi frente; tus suspiros no dejan de
imponer su ritmo a mi andar. Después unos instantes, después del
torbellino inacabable de nuestras humedades, luego de sentir que tus
ojos no pueden resistir la nueva realidad, te dejas llevar por tus
párpados en rebeldía, por tus labios rojo intenso de sudores y
salivas; por tus perlas ahora expuestas entre susurros, entre girones
de palabras mordidas que me han tenido esta vez, por feliz destinatario.
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