Lo
que no se expresa no existe. Lo que no se muestra, no es. Lo que no sale a la
luz, no ha sido vivido nunca; es sólo un acto de fe. Torbellinos de emociones
recorren los cuerpos sin una salida a la luz, a los ojos de nadie. Turbulencias
de llanto quedan atrapadas, en el secreto tembloroso de sus protagonistas.
Corrientes de frases liberadoras se pasean minusválidas por las mentes, dejando
sólo un suspiro, una mirada hacia el suelo como prueba de su impotencia. Es un
castigo autoinfligido, con una lejana esperanza como instrumento para seguir
viviendo el cautiverio. Te quieros ajenos pasan por un lado, y suenan tan
deliciosos como lejanos, como manjares prohibidos de nuestros temores. Te
adoros embisten de cerca, pero con distinto destinatario. No se trata de merecer
o no. No se trata de ser bueno o malo. No se trata de justicia. Parece ser un
designio caprichoso de un malévolo gran poder, que se enquista en las vísceras,
que nos retuerce de dolor cuando pensamos que algo más es posible. Es un verdugo
con una capucha negra que sentencia presidio perpetuo, por conceptos
incomprensibles… dizque por una o dos decisiones dubitativas del pasado. Es un
verdugo que tiene nuestra cara, nuestro cuerpo, nuestra decisión… somos
nosotros, sin más ganas de seguir siendo nosotros.
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