El borde de la montaña de define por las nubes de fondo. Un cielo azul,
un día soleado, se define por la presencia o ausencia de las nubes. El frescor
del campo, el descanso al pié de un árbol, se define por la fronda de éste. Hay
elementos que desaparecen y dejan ver otros; hay elementos que aparecen y
opacan, para bien o para mal, al que yacía detrás, descubierto, responsable de
nuestro tiempo anterior. Todo se mueve; más bien, todo gira. Las cosas pasan a
nuestro lado, las vemos, las anhelamos, y muchas veces las dejamos pasar. Mucho
tiempo después, podría ser que pase de nuevo el encuentro, pero tal vez no es
lo que vimos la primera vez…tal vez no somos los mismos de esa primera vez. Y
todo sigue girando sin parar. Nos embarcamos en decisiones y comenzamos a girar
sobre alguna alfombra voladora que nos pertenece, pero, tal vez, no para
siempre. Tenemos poco tiempo para este viaje. Seguramente debemos abandonar
este transporte y tomar otro que nos sirva mejor en ese momento. Tal vez nos
aferremos a la posesión del momento y comencemos a causar calamidades propias,
ajenas; tal vez comencemos a ver cómo nuestro egoísmo corroe las oportunidades
propias y de otros. Tal vez la ceguera no nos deja saber si giramos en algún
sentido, quizás, tan solo saber si estamos girando o parados al margen, botando
el tiempo, frustrando lo que una vez fue un carrusel querido, donde sólo se
podía subir.
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