Te
miro desde mi lugar y no puedo sino sonreír. Veo como te mueves, las muecas que
haces, tus miradas disimuladas hacia acá. Duraría horas mirándote, apreciando
el regalo que significa tenerte cerca. De vez en cuando pasas a mi lado y me
despeinas, te ríes, corres y desapareces por un rato… Pero sé que andas por
ahí. No importan las grandes emociones, las grandes declaraciones con una
rodilla en el piso, los espectaculares regalos que pueda haber… sé que estás
ahí, y sólo saberlo me desinfla en la tranquilidad. Es una montaña de pequeñas
cosas. Es la gracia cotidiana, el detalle oportuno, el guiño de ojo el
combustible para durar más, para tenerte más, para disfrutar en tu compañía. En
medio de alguna conversación, a lo largo de un rato de oficio casero te veo y
no es igual a nada; parecen comenzar a salir auras por todos tus lados y el
perfume que dejas… eso es otra cosa. Mi seguridad en que esto es especial a
pesar de lo rutinario, me regala la paz de la que siempre hablé, la que siempre
soñé. Gracias, transcurrir.
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