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jueves, 3 de noviembre de 2011

No hay tiempo


No vivo porque no hay tiempo. No converso porque sólo quedan cinco minutos. No escribo porque estoy en otra cosa urgente. He estado tan ocupado. No miro a nadie porque voy apurado. No escucho lo que me dicen porque me entretengo. Sufro de un extraño hipnotismo que no me deja disfrutar de las cosas a las que le paso por un lado. Me he puesto unas gríngolas muy efectivas, que sólo me dejan caminar hacia adelante, aunque no vea nada. Hace tiempo ya que no me siento en el banco de una plaza, a la orilla del mar, a tan sólo mirar por la ventana. Siempre hay cosas en qué pensar urgentemente, cosas en qué mortificarse. Proliferaron alrededor hoyos negros de placeres, afectos, amabilidades, cortesías. Son huracanes que sólo dejan adrenalina de la mala, veneno para la vida fuera y dentro; son olas que arrastran lo mejor de nosotros y lo dejan tirado en algún sitio, al parecer, irrescatable. Cuando sumo los segundos de hombro partido que me hacen falta para ser feliz, me espanto por lo poco requerido y me comienzo a hacer responsable por mi propio aislamiento, hacia afuera, hacia adentro.

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