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sábado, 12 de noviembre de 2011

Toqué a tu puerta


Toqué a tu puerta, y no hubo respuesta. Toqué cuando supe que estabas ahí, que tenía tiempo para escucharme. Toqué a tu puerta cuando tenía un patético cúmulo de cosas por liberar, pero tus oídos ensordecieron ante mi súplica, ante mi padecimiento. Dormí recostado a tu puerta, arropado con mis propios sollozos, arrullado con el silencio de estar afuera. Pasaban los días, pasaba la gente, pasaba el viento, y nada que la cerradura giraba para darme paso. Me doy cuenta de que el miedo y la incertidumbre ya han pasado antes que yo, pero siempre te mostré, incluso, la claridad de mis confusiones… por eso no comprendo el abandono de ese momento. Ahora mi puerta está sonando; se escuchan palabras susurradas, solicitudes de auxilio. Luego de un rato, puedo escuchar claramente que te deslizas por la madera sorda, cómplice…conozco ese sonido, esa terrible textura al caer sin consuelo. Ahora, cuando soy yo quien está dentro, en un sillón cómodo, cobijado, casi en estado somnífero, practico el sadismo de comparar ambas posiciones, practico la duda, y hasta el malestar de saberte afuera. Tal vez, no abra ahora. Tal vez no abra nunca. Lo que si sé es que me he dado la libertad incondicional de probar tu desesperanza hasta saber que soy tan culpable como tú.

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