Ya había venido tres veces anteriores
a ésta al banco. Seguía a ese monumento de mujer que siempre coincidía
conmigo, y que en medio de la tensión del papeleo, siempre se dejaba
conversar en la cola de clientes en desahucio. Muchas veces, durante
la espera, la imaginaba paseando conmigo, acariciándome los
cachetes, lejos de todo. En la sala de espera, hice mi cola, sostuve mi carpeta, y cuando terminaban las
horas de espera, entraba en la oficina del bichito este que dizque
atendía a la gente. Entre cliente y cliente atendido, se deba un
chance para chatear por su blueberry; entraba en féizbuc, contestaba
algún comentario, y sólo después de darse cuenta de que estaba en
una oficina, llamaba al próximo. Entraba yo por cuarta vez al
patíbulo con sillas, sudando la frente, extendiendo la carpeta entre
estertores mudos la dejaba enfrente del funcionario y me sentaba a
esperar el veredicto. En cada una de las visitas anteriores ya había
ojeado los recaudos presentados, con el guiño en la vista, como si
buscase alguna falla en el documento, como si detectase alguna
irregularidad en el sello o en la firma del funcionario anterior. En medio del drama, alcanzaba a ver a mi ninfa en la oficina de al lado. El oficinista pasaba las hojas, mirándolas por detrás (¡como si debieran estar
escritas por ahí también!), entre lectura y lectura se le escapaban
“ajáaa...”, como cuando uno encuentra algo que no cuadra. En
momentos se detenía, sonreía y levantaba la vista por el borde
superior de la hoja amarilla, arrugada, lista para ser rechazada de
nuevo. A veces levantaba la vista y me hacía muecas, no sé si
relacionadas con mi diligencia o con alguna cosa personal que
recordó. Colocando el cerro de papeles dentro de la carpeta de una
manera torpe, me la arrimó a mi lado de la mesa y me dijo, por
encima de sus anteojos:
-Me parece que está bien. Sip,
está bien, pero...
Antes de darme cuenta del patadón por venir, miraba a mi princesa firmando el talón de su nueva chequera. Volviendo la vista al sitio y retomando la cosa, le contesté:
-Pero qué, señor? ¿hasta
cuándo el retraso de mi trámite? ¿por qué se burla de mí?-Es que...
En ese momento, ante la cara burlona
del tipito ese, me levanté de la silla y apoyándome las manos en la
mesa, le grité:
-¡ Di, pues ! ¡dime que me rechazas
de nuevo!
-Me temo que sí...
-¡Coño, de nuevo, pana. Esto no tiene
nombre!
-Sólo le aconsejaré, señor,
igual que las veces anteriores, que vaya al banco correcto, al de al
lado, y seguro le atenderán mejor.
-¿Ah? ¿Qué? Co.....
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