“Lo
haces y te vas”, escuché en algún sitio, “es la moda”. “Lo haces y te vas”
parece ser la mejor manera de dejar retazos de intimidad esparcida en campos
estériles. “Lo haces y te vas” se asemeja al recurso disponible al público,
barato, de mal gusto aunque bonito. “Lo haces y te vas” es una manera de perder
tamaño, aún sin entrar en mojigaterías todavía. “Lo haces y te vas” es encender
una vela que brinda oscuridad, y a medida que caminas ves cada vez menos que
antes; el punto de luz que queda al otro extremo ya fenece, sustrayendo la
médula de amor que ya enflaquecida, decidió cerrar los ojos. Pero es esa médula
sólo dormida la que recordará para siempre quiénes fuimos. Es esa médula la que
nos hará pensar en la soledad, llorar en la oscuridad. Es ese vestigio el que
le pondrá brillo al mate en el que nos empeñamos en pintar. Esa médula es la
que permanecerá moribunda, vegetal, desde nuestra infausta serie de decisiones
hasta acabar con nuestro cuerpo mismo, con el último suspiro de ruego mudo.
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