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martes, 29 de noviembre de 2011

Embobecido


Mientras explicabas la influencia del bióxido de carbono en el efecto invernadero del planeta, sólo podía ver tus manos volar e imaginar una caricia. Mientras disertabas acerca de la gravedad, de las mareas, me extasiaba con la pasión con la que el tema te arranca ese brillo de tus ojos. Mientras analizabas las doctrinas políticas y cómo afecta los estilos de vida de los seres humanos, me enamoré de tu sonrisa. Sólo podía ver los efectos que estar allí, parada, gestualizando, riendo, avergonzándote, tenía en ti. No podía ni quería quitar mi vista de esa figura iluminada, que se movía frente a la audiencia, de un lado a otro. En pocos minutos llegué a adorar esa fábrica de argumentos, adornados con esa voz angelical. Inexorablemente, fui succionado por aquella preciosa aparición que me fue regalada por la ciencia.
Discúlpame, por favor, que después de dos horas de explicaciones, de brillantes conclusiones, al ser interrogado, sólo pude decir, entre temblores y claros de garganta: “¿Perdón? la pregunta fue lo único que no entendí”

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